El cromosoma que nos une y nos separa

13/06/2011

diarioabierto.es.

Somos letras, desde antes de existir.

Una “X” y una “Y” es lo que te separa de mí, y a la vez te une. Pero el código genético de mi cuerpo no me impide quererte aunque exista siempre una “Y” o una “X” que nos une y nos separa.

Aquel día, tal vez, se quedó un poco de esa “Y” dentro de mí. Cómo podría explicar eso…

En la especie humana, hay 23 pares de cromosomas organizados en 8 grupos, según el tamaño y la forma. La mitad de esos cromosomas proceden del padre y la otra mitad de la madre. Las diferencias entre unas personas y otras, reflejan la recombinación genética de estos juegos de cromosomas a pasar de una generación a otra.  Y yo debí de querer quedarme amarrada a ese palito de la “Y” que portaba mi padre.

Cuando empezó a formarse mi vida, yo era “XX”,  de mi padre “XY” me había tocado esa “X”, y no la “Y” que anhelaría, tal vez, en un futuro. Esa maldita “Y” me hizo ser mujer, y por lo tanto debía de estar agradecida. Ser mujer es mucho. ¿Sabes que todos, hombres y mujeres, nos creamos siendo del genero femenino, al principio?. Hasta que aparece esa “Y” que lo cambia todo. Esa “Y” de la que a mí me tocó nada más que un pequeño trocito de ella.

Pero no importa mucho. Te puedo querer con las demás letras. Te puedo querer más allá del sexo al que pertenezca. Aunque cualquier cromosoma nos separe, yo te quiero más. Aunque no te pueda dar hijos nunca. Aunque el corazón no eche de menos esa letra maldita que lo cambia todo. Yo la extraño un poco, en ocasiones, cuando siento que la vida me discrimina y me deja sin “Y” por que sí.

En realidad, si te pones a pensar, poco importa todo esto. Al fin y al cabo los cromosomas que nos separan, son los que nos unen. Porque el amor no entiende de genética, la genética es química y reacción y el amor es otra cosa. Es la magia que origina todo ese proceso.

Ahora bien, explícale tú todo esto a los hijos que ya nunca podré tener contigo.

A esos hijos que nunca podrán tener la oportunidad de escoger tu “X” y mi “Y” ni mi “X”. Ni tener tus ojos ni mi boca.

Y maldita sea, nunca una letra, el azar, nos puede hacer sentirnos tan igual, y a su vez, tan diferentes.

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