El 4 de octubre de 1883, un tren partía de la Gare de Strasbourg, en París, con destino a la lejana Rumania. Estaba compuesto de una elegante máquina exprés, un furgón de equipaje de cuatro ruedas, dos lujosos coches-cama -enormes para lo habitual de aquellos tiempos-, un vagón restaurante espléndidamente equipado -con salón de fumadores-, y un furgón de cola para el personal. Se llamaba Orient-Express y transportaba en su viaje inaugural a unos cuarenta pasajeros, invitados por el que había concebido la osada idea: el belga Georges Nagelmackers. Este viaje copó titulares en todo el mundo gracias a las crónicas del destacado periodista Henri Stefan Opper -corresponsal en París del periódico londinense The Times- que completaba sus artículos con entrevistas a las figuras más destacadas de los países recorridos: el rey Carlos de Rumania, que hospedó a los pasajeros en una de las paradas, y el soberano de Turquía, el sultán Abdul Hamid II con quien se reunió en Constantinopla, último destino. La expansión de los “Grands Express Europeens” comenzó pocos años después, cuando el Orient-Express, además de consolidarse como tren internacional, había llegado a ser sinónimo de la más alta dignidad y la elegancia más exquisita.
Embarcar a bordo del Venice Simplon Orient Express en la actualidad no es equiparable en nada a tomar cualquier otro tren: diecisiete vagones azules y oro surcan Europa durante más de treinta semanas al año. Para vivir esta aventura como antaño, el tren ha sido restaurado de modo idéntico a la década de los años veinte del siglo pasado, ya que cada detalle ha sido estudiado para seguir siendo fiel al original: el tiempo queda suspendido y la elegancia del ambiente y de los compañeros de viaje, transporta hacia otra dimensión, hacia otro tiempo. La restauración de a bordo es excepcional y el entorno en el que se desarrolla -con mobiliario y complementos de principio de siglo-, insuperable: la luz ligeramente filtrada, los manteles bordados, los vasos de cristal, los cubiertos de plata, los menús que combinan las gastronomías francesa e italiana, la calidad de los platos o la belleza del decorado, han conseguido que haya sido reconocido como miembro de honor de Relais et Châteaux. El Venice Simplon Orient Express actual es una réplica del fabricado en 1864 por George Pullman: se trata de una obra de arte en sí mismo y un icono del estilo ArtDeco.
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Cada rincón desprende lujo, desde sus glamurosos vagones, sus sofisticados y confortables compartimentos, el servicio personalizado de mayordomo, el mobiliario, la decoración, hasta los compartimentos privados: salón privado durante el día que se transforma en habitación por la noche.
Desde la restitución del servicio en 1982 ha acogido a más de 365.000 viajeros –multitud de pasajeros célebres de la aristocracia, la política de élite, la cultura, las letras o el cine– y ha recorrido más de cuatro millones de kilómetros. La longitud del tren es de 402 metros, más los 20 metros de la máquina; su peso es de 950 toneladas.
Se sirven más de 1.700 botellas de champagne por temporada. El personal de a bordo consta de 40 personas: chefs franceses, camareros italianos y sobrecargos de ambas nacionalidades. Lo habitual es la ropa elegante y no están permitidas ni las prendas vaqueras ni el calzado deportivo. Por la noche, los caballeros suelen vestir traje o esmoquin; las damas, vestido de noche formal.
Londres, Venecia, Roma, Budapest, Bucarest, Cracovia, Dresden y Estambul -con diferentes combinaciones, haciendo el recorrido hasta Turquía solo una vez al año- son las ciudades en las que hace escala este tren legendario. De convertir en arte cada viaje se encarga Orient-Express: las aventuras, emociones y hacerlo inolvidable es responsabilidad de cada viajero.
Twitter: @CarmelaDf
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