Totum revolutum

30/05/2011

Daniel Serrano. Aprovechando que el Pisuerga de la Feria del Libro de Madrid pasa por la Pucela de este esquinazo hiperespacial, ahí les lanzo unas recomendaciones en serie, cual ráfaga de ametralladora, pasen y vean.

Si les apetece darse un capricho bibliófilo (y, por supuesto, lector) tienen a su disposición Cuentos completos de terror, locura y muerte (Valdemar) de Guy de Maupassant en flamante traducción de Mauro Armiño. Relatos al amor de la lumbre para degustar preferentemente en noches oscuras o el sencillo placer de las historias de miedo, brevísimas, truculentas, de sanguinolento lirismo. Maupassant en toda su torrencialidad, casi mil páginas que nos hacen niños otra vez, con un estremecimiento de deliciosa ingenuidad.

Otro horror bien diferente lo representa, en un bucle interminable, la guerra. Y la guerra, la gran guerra de nuestros tiempos, es Afganistán. Un avispero irresoluble, la línea del frente donde se libra una confusa pugna entre los valores de Occidente y la violencia eterna de los desposeídos, la ira de los soldados de Alá en desigual pelea contra las tropas del Imperio. Guerra (Crítica) de Sebastian Junger relata el día a día de los estadounidenses atrapados en el peor lugar posible, allí donde los talibanes pegan duro y matan y mueren, un acercamiento a la experiencia cotidiana de un conflicto brutal. Despachos de guerra de Michael Herr es, inevitablemente, el modelo, pero de Vietnam al Afganistán del siglo XXI va un larguísimo trecho aunque permanezca lo esencial: el hondo desvalimiento de quienes, lejos de su hogar, batallan por una causa que muchos ignoran, otros desprecian y a una gran mayoría le provoca serias dudas.

La misma guerra es la que retrata El club de lectura de los oficiales novatos (Libros del Lince) pero desde una perspectiva muy distinta y, sobre todo, original. Porque su autor, Patrick Hennesey, narra en primerísima persona. Instruido, de buena familia y aventurero, se alista en la Academia Militar de Sandhurt, se licencia como teniente de los Granaderos Reales y, tras montar guardia para los turistas que visitan Buckinham Palace, acaba pegando tiros en las vastas planicies afganas. Y nos descubre la alegría de la guerra, la inconfesable felicidad de la lucha, fuera moralismos, clama Hennessey, y escribe: “cuando hay contacto directo con el enemigo el corazón se te pone a mil y la adrenalina corre por tus venas mezclada por la euforia (…), ¿es como el gol de la victoria en el último segundo?, ¿es como el primer beso? (…), no hay dicha tan absoluta como esta, (…) pero antes hay que ganar la batalla (…), antes tenemos que ser los grandísimos cabrones que salen ilesos”. Tal vez a ciertas sensibilidades repugne tal sinceridad pero esto (aunque se suela esconder) también existe, la felicidad del combate, el gozo de la pelea, y el aburrimiento, es curioso, en medio del fragor de la violencia, los interminables tiempos muertos, las horas perdidas tomando el sol y jugando y dándose a la lectura y llorando a los compañeros caídos.

Recomendación para los aficionados al cómic: Castro (Norma Editorial), biografía en viñetas del líder de la Revolución Cubana. De la épica de una insurrección de indudable belleza y honestidad a la melancolía del naufragio. El alemán Reinhard Kleist traza en claroscuros de tinta la trayectoria de un guerrillero hoy sumido en laberínticas soledades seniles. A través de la peripecia de un periodista europeo que se suma a la rebelión de los barbudos, la historia de una isla que fue faro de esperanza y después doliente derrota. Bellísima la última secuencia del libro, con un Fidel Castro recluido en una habitación de hospital, musitando una cita de Simón Bolívar: “El que sirve a la Revolución ara el mar”.

Y ya puestos, permítanme que les haga dos recomendaciones fuera de tiempo, al margen de las novedades editoriales. Lord Jim (Mondadori), no les descubro nada, ya lo sé, pero estoy releyendo esta obra maestra y resulta tan conmovedora, tan definitiva, todo adolescente debiera asomarse a Conrad porque Conrad ahonda como nadie en los grandes dilemas de la existencia, el tránsito a la edad adulta, las exigencias de una vida honorable, el mundo como campo de batalla en el que mantenerse incólume frente a las hostilidades de una tormenta perfecta.

Y segunda recomendación marginal, ésta a rastrear por las librerías de viejo (yo hallé mi ejemplar en la Cuesta de Moyano): El otoño siempre hiere (Ediciones de Bolsillo) de Raúl Guerra Garrido. Qué enorme escritor y (me da la impresión) no lo suficientemente promocionado y valorado. Regreso a los orígenes con motivo de la muerte de tío Demetrio, regreso al Bierzo natal, y las reflexiones de un literato que se hace viejo y contempla en la bruma al crío que fue y se agota con la tropa familiar y reencuentra ancianos amores perdidos e imposibles de recobrar. Una preciosa novela, créanme.

Y, bueno, ya les iré hablando de otros muchos títulos. Mi fervor, lo saben, no tiene límites.

Cuentos completos de terror, locura y muerte. Guy de Maupassant. Valdemar. 929 páginas.

Guerra. Sebastian Junger. Crítica. 277 páginas.

El club de lectura de los oficiales novatos. Patrick Hennessey. Los Libros del Lince. 257 páginas.

Castro. Reinhard Kleist. Norma Editorial.  282 páginas.

Lord Jim. Joseph Conrad. Mondadori.446 páginas.

El otoño siempre hiere.Raúl Guerra Garrido. Ediciones de Bolsillo. 317 páginas.

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