‘La isla del tesoro’, estilo y drama

27/01/2017

Luis M. del Amo. La Joven Compañía adapta el relato de Stevenson en versión de la autora feminista británica Briony Lavery.

Foto: La Joven Compañía (@SamuelGarAr)

Después de sus exitoso Proyecto Homero, La Joven Compañía vuelve con La isla del tesoro. La obra, concebida como un canto a la amistad y una reflexión sobre el tránsito a la madurez, adapta el relato de Stenvenson y lo transforma en una obra teatral en tres actos, bajo la dirección de José Luis de Arellano.

El drama se articula en torno a tres momentos principales. Un primer acto se centra en la llegada del Long John Silver a la posada regentada por el padre de Jim, auxiliado por el niño, que la británica Briony Lavery, autora de Frozen Hielo y fuego o Congelados, en español – y de diversas obras de temática feminista, convierte en niña en esta versión. A continuación la tripulación zarpa en el barco La Española en busca del tesoro. Para concluir finalmente con los sucesos que acontecen en la isla donde el legendario Capitán Flict escondió el tesoro producto de sus fechorías.

Esta puesta en escena utiliza para armar la novela de Stenvenson los mismos elementos para cada una de esas tres partes, y construye la posada, el barco y la isla con apenas media docena de elementos, entre los que destacan una plataforma, un par de mesas, unas macetas y la bandera británica, la Union Jack, que goza de una presencia muy destacada.

Los trece jóvenes actores, dirigidos por José Luis Arellano, se encargan de dar vida al puñado de personajes que pueblan la obra de Stevenson. Los papeles protagonistas recaen en Nono Mateos en el papel de Long John Silver y, sobretodo, de María Romero, la joven actriz que da vida a Jim, el niño cuya intervención será esencial en la resolución de la obra.

Estilizaciones

La obra debe enfrentarse a un problema fundamental, como es la traslación del lenguaje y entramado novelescos al drama. La Joven Compañía ya se había enfrentado a esta situación en su anterior Proyecto Homero, que ponía en escena La Ilíada y La odisea, los poemas épicos fundacionales griegos. En esta ocasión, sin embargo, su empeño sale peor parado.

Y es que, todo lo que era acción y furia en los mitos griegos, queda diluido en esta ocasión. Obligados a apoyarse en la palabra, y despojados de la posibilidad de basarse en potentes acciones, los actores desgranan sus textos con menor convicción que entonces. Y muestran algunos problemas que no se detectaban en el anterior montaje.

En general, la novela, aun de aventuras, conforma un territorio más íntimo que el drama. Y estos jóvenes, dignísimos intérpretes todos ellos, no alcanzan a reflejar todos los matices que su interpretación requiere. ¿Se puede interpretar bien a Long John Silver – un personaje comparable al shakespeariano Falstaff – con veinte años? Difícilmente, en mi opinión.

Por eso la obra circula mejor cuando, en primer lugar, los actores cuentan con elementos externos –como esa cortina de plástico que se agita, o diversas acciones de naturaleza coreográfica– que dotan a la obra de una estilización que la beneficia enormemente; o cuando la interpretación se decanta hacia una línea más exagerada, cuasi caricaturesca – estilizada, al fin y al cabo – como es el inmenso trabajo de Víctor de la Fuente, encarnando a un Ben Gunn que imanta al público y que supone, por añadidura, el espaldarazo definitivo para este joven actor, que ya mostrara sus excepcionales dotes en sus trabajos anteriores con La Joven Compañía.

Una obra irregular, en definitiva, con momentos bellos que alternan con otros más farragosos – especialmente en comparación con su maravilloso proyecto anterior–, que hace un uso espléndido de la música y en ocasiones de las proyecciones audiovisuales –ese zorro blanco que atraviesa el escenario–, y que gana en profundidad y expresividad cuando apuesta por corporeizar la acción y estilizar sus elementos y acciones.

Un paso más en la producción de este proyecto escénico fundamental, como es La Joven Compañía.

Recomendable.

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