Cuando éramos pequeños e íbamos al pueblo de mi padre a ver a los abuelos, casi siempre hacíamos una visita a la tía Faustina. El pueblo de mi padre es Villamanta, en la provincia de Madrid. Lo mejor de ir a casa de la tía Faustina era que allí mi tío Monchi tenía la colección entera de Tintín. Algo muy serio para un niño de los años 70 como yo. ¡Todos los tintines! Claro que, por otro lado, mi tío Monchi también ponía inyecciones y a mis hermanos y a mí no nos hacía tanta gracia la cosa porque, aunque fuese Monchi quien te pinchase, un pinchazo es un pinchazo, qué caramba. Pero, bueno, al final, lo que contaba es que el tío Monchi poseía un tesoro de incalculable valor: de Tintín en el Congo a Tintín y los pícaros, la serie completa. Casi nada. También tenía una entrada de toros del día que murió Manolete, y su hermano, el tío Sebastián,siempre nos dejaba bañarnos en la piscina de un amigo suyo.
Luego mi tío Monchi se hizo cura y ahora ha escrito La sonrisa de Dios o el diario de un sacerdote sin sotana. Porque mi tío Monchi es un cura medio poeta y ejerce (de poeta y de cura) en parroquias de barrio y en iglesias de pueblo y evangeliza africanos ofreciéndoles galletas y café para desayunar y alivia la soledad de las ancianas enlutadas y pasea a su perro Roni y cuenta chistes y se mete con algunos obispos. Y ha escrito La sonrisa de Dios, bloc de notas cuyo verso es la prosa del día a día de un sacerdote con barba y gafas, la música cotidiana de un cura que leyó con aprovechamiento las historietas de Tintín.
Es La sonrisa de Dios un hermoso anecdotario donde se nos cuenta el caso del capellán que prevenía a monjitas de clausura nonagenarias contra los improbables peligros de la sexualidad desbocada y la conmovedora historia de Emilia, que lamenta haberse ido a morir a una residencia y no volver a casa habiendo dejado “la cama hecha y todo”, la pena de morirse con la cama hecha, y también explica esta Sonrisa de Dios lo que es tener cara de cura y cuando aquel obispo fue a Uganda y ordenó quitar el techo de una choza para que el obispo entrase entero a la choza a dar misa, es decir, con gorro y todo, aunque está también ese otro obispo que va en metro a las parroquias (y sin gorro).
La sonrisa de Dios es apto para creyentes y no creyentes. Es un libro entretenido y tierno. Lo ha escrito, además, mi tío Monchi. Siendo así, y debiéndole tantas tardes de infantil placer lector, con Tintín entre las manos, ¿cómo no instarles, amigos y amigas, a que se acerquen a La sonrisa de Dios? O sea, les recomiendo que lean lo que escribe un cura que, a veces, parece que no es cura o parece un cura de los de antes y, qué raro, cuando hoy decimos “de los de antes” nos referimos a curas de los del Concilio Vaticano II y Juan XXIII, como de otra era. Con tanto legionario y lumen dei y todas esas facciones ensotanadas que hay por ahí.
Bueno, lo importante es lo importante: si leen La sonrisa de Dios lo disfrutarán. Es la sencilla poesía de la vida, que sigue, continúa, avanza, imparable. Pese a todo.
Un beso, tío Monchi.
La sonrisa de Dios. José Ramón Carrasco Recio. 161 páginas.
Aviso Legal
Esta es la opinión de los internautas, no de diarioabierto.es
No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
Su direcciónn de e-mail no será publicada ni usada con fines publicitarios.