Tras presentarse en las salas Tribueñe y El umbral de primavera, ‘El pabellón número 6’ – la adaptación de Aidos Teatro del cuento homónimo de Chejov – regresa a Madrid, en esta ocasión a Nueve Norte, la sala que dirigen Marcos F. Alonso y María Segalerva.
Con dramaturgia de Álex Rojo y dirección de Mariana Kmaid Levy, la obra condensa en poco más de 70 minutos la peripecia de Andrei Efimich Ranguin, el pusilánime médico ruso que se ve sacudido por su encuentro con Gromov, un culto interno aquejado de locura que sobrevive a duras penas en el espantoso pabellón psiquiátrico, el número seis.
La propuesta de Kmaid Levy presenta a tres actores. Y un espacio, compartimentado mediante la luz, y dominado por un espacio principal que ocupan tres grandes camas de hospital. En cuanto al texto, la versión de Rojo suprime prácticamente toda la parte introductoria, donde Chejov narra los antecedentes de los protagonistas, y se centra en la relación que establecen Ranguin y Grumov dentro del pabellón a través de unos diálogos que Rojo respeta con enorme fidelidad.
Con esta elección, el espectador se ve privado de algunos detalles sumamente importantes para comprender a los personajes, y especialmente a Grumov, el interno cuyos primeros ataques de demencia Chejov describe con gran minuciosidad. Alternativamente se hubiera podido optar presentar esos detalles mediante ‘flash backs’ o idas hacia atrás, yuxtaponiendo esas acciones en el presente escénico.
Prisioneros del espacio
Sin embargo, no es ese el mayor problema de la obra. Concebida para un espacio mayor, los movimientos de los personajes se ven constreñidos en un espacio que es mayoritariamente ocupado por las citadas camas de hospital. Una limitación que afecta gravemente al movimiento de los personajes y por extensión al conjunto de la propuesta, que no acierta a desarrollarse en tan limitado escenario. Y que la iluminación no hace sino agravar, imponiendo nuevas exigencias a los actores.
En su lugar, hubiera sido más productivo en mi opinión apostar por una concepción más abstracta de la puesta en escena. Menos naturalista. Eliminar las camas y todo cuanto estorbe al desarrollo de la acción. Y basar su credibilidad en la desnudez del trabajo de los actores.
Esto hubiera permitido, de paso, poner en escena algunos personajes más, como el brutal Nikita, o al amigo de Ranguien, el funcionario de Correos, lo que hubiera facilitado la comprensión de la obra a los espectadores. De este modo hubieran cabido, no tres, sino todas las camas del pabellón psiquiátrico, los mencionados ‘flash backs’ que describen la demencia incipiente de Grumov y un sinfín de elementos, en suma.
Es cierto que esta opción hubiera obligado quizás a realizar un trabajo dramatúrgico más allá de la simple poda. Y que el pulso se acelera solo de pensar en completar el trabajo de Chejov con nuevos diálogos; pero, qué diablos…
Solo resta destacar en esta crónica el meritorio trabajo de Iñaki Bordegaray, un actor que carga sobre sus hombros gran parte del peso de este ‘Pabellón número 6’, y mencionar la labor del resto de actores: Álex Rojo, intérprete además de adaptador; y Alberto Romero.
Una propuesta interesante con posibilidades de mejora.
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