Amisjunior es uno de mis autores predilectos. Sobre todo a raíz de una novela que, en su momento, me impresionó profundamente: La información. Todo un tratado sobre el fracaso y su devastación, y acerca del azar que marca el camino del triunfo. También es cierto que esas presuntamente geniales memorias que publicó bajo el título de Experiencia resultaron un fiasco monumental (¿de verdad crees, Martin, que a la Humanidad lectora le interesan tus dolores de muelas tanto como para dedicar a tales asuntos odontológicos páginas y páginas de una autobiografía?).
Aprecio a Martin Amis pero, hasta ahora, desconocía la obra de su padre, sir KingsleyAmis, pope de las letras inglesas. Y lo he descubierto a lo grande mediante Los viejos demonios, novela recientemente editada por Lumen.
Mencionaba hace poco dos desoladoras y bellísimas reflexiones sobre la vejez: Sale el espectro de Philip Roth y Hombre lento de Coetzee. Súmese a estos títulos Los viejos demonios, de escenario galés y alta graduación etílica.
KinglseyAmis nos presenta a un grupo de viejos amigos, sexagenarios y septuagenarios, a cuyas vidas regresan olvidadas pasiones con motivo de la vuelta a casa de un matrimonio formado por un intelectual de éxito y su atractiva esposa.
Resulta, nos cuenta Amis padre, que la vida transcurre y nos hacemos mayores y, sin embargo, jamás abandonamos el territorio sentimental de la adolescencia. Somos lo que fuimos y este colectivo de vejestorios que nos pinta sir Kingsley continúa dándose al alcohol y al enamoramiento improcedente y al flirteo y a la amistad y a la enemistad.
Hay en Los viejos demonios pasajes desternillantes y otros hondamente conmovedores. Valga como ejemplo esa secuencia literaria en la que ella, la bella, la adorada por todos los hombres del grupo, aquella joven que envenenó tantos sueños, se nos presenta ante el espejo colocándose la dentadura postiza. Sólo un escritor de talento mayúsculo puede describirnos algo así sin caer en lo grotesco o lo ridículo, sin trazo grueso alguno, apenas un contrapunto trágicamente coqueto en una cita semiamorosa con un antiguo admirador cuyas actuales preocupaciones pasan por el estreñimiento y el crucigrama diario. El tiempo, el implacable, el que pasó.
Ironía puramente british, radiografía en clave de la idiosincrasia galesa, gran novela estos Viejos demonios. Sí, déjenme recurrir al tópico: de tal palo, tal astilla. O de casta le viene al galgo. Lo que quieran. Si Martin es un excelente narrador, su papá no se queda corto. Inmisericorde y tierno a la vez, y poseedor de una prosa ágil, potentísima.
Estos viejos de Los viejos demonios están retratados con certera precisión: hipocondriacos, maniáticos, dipsómanos, perdidos en laberínticos hastíos. Pero también capaces aún de toda conmoción sentimental. Hasta el final aún sin las necesarias certezas.
Una gran novela. Y para este lector disperso, todo un descubrimiento. Con ustedes, sir KingsleyAmis.
Los viejos demonios. KingsleyAmis. 436 páginas.
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