Ejerciendo, como es mi costumbre, de agente provocador, les diré que tengo un serio problema con el nipón por excelencia de las letras contemporáneas: HanukiMurakami. Por recomendación expresa de una antigua novia me lancé a la lectura de su celebérrimo Tokio Blues. Y no me lo acabé. Sí, señoras y caballeros. No fui capaz. Me pareció, y perdonen la heterodoxia, una sarta de ñoñerías adolescentes sobre suicidio, amor, culpa, sexo enfermizo y flores de loto. Dicho esto supongo que he perdido definitivamente el respeto de Marie Slim Browning, Andante y toda lectora que por aquí se haya detenido. Porque, sí, es una realidad doliente pero ¡a las chicas les encanta Murakami! Yo mismo, lo confieso, me he sorprendido alguna vez fingiéndome admirador del renombrado novelista de Kioto para camelarme a alguna beldad con gafas de pasta de las que frecuentan los bares de la Corredera Baja de SanPablo. Triste es pedir pero más triste es robar.
Se me atragantó Murakami y, sin embargo, he vuelto a él mediante la adaptación cinematográfica de su presunta obra maestra, dirigida por TranAhnHung, autor de la estimable Cyclo. Y la cosa ha ido a peor. Si Tokio Blues me resultó insoportablemente leve como obra literaria, la película me ha dejado al borde del colapso nervioso. Qué horror y qué aburrimiento. Y, sobre todo, ¿cómo es posible que la crítica haya aplaudido tan impostado ejercicio de vacuidad? Las conversaciones son de una ridiculez extrema, el preciosismo de las imágenes sólo sirve para realzar la frialdad de un relato que, en el mejor de los casos, provoca indiferencia, cuando no irritación. Al igual que Mourinho me pregunto, una y otra vez, ¿por qué?
Bien, agrédanme de palabra u obra. Me lo merezco. No entiendo a Murakami. O quizás tendría que darle una segunda oportunidad. No crean que no lo he pensado. Tras sufrir lo indecible con la película estoy tentado de volver a intentarlo con la novela.
Tokio blues es ya un referente indiscutible de las letras contemporáneas. A juicio de la mayoría lectora. Yo soy un lobo estepario cuyos gustos literarios son más que dudosos, ya lo saben.
Estos son mis problemas con Murakami. No he podido resistirme a expiar mis culpas. Para compensarlesen las próximas semanas les hablaré de dos grandes libros: Los viejos demonios de KingsleyAmis y El club de lectura de los oficiales novatos de Patrick Hennessey.
Salud.
Tokio Blues. Haruki Murakami. Tusquets.392 páginas.
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