Guantánamo

26/04/2011

diarioabierto.es.

Estremece leer lo que los papeles filtrados a Wikileaks dicen sobre Guantánamo. En resumen: que el país más poderoso del mundo, defensor de la democracia y guardián de Occidente, mantuvo y mantiene una prisión en Guantánamo al margen de cualquier legalidad, aplicando torturas y despreciando los derechos humanos. Gentes sin derecho a la defensa, encarcelados sin juicio, sin pruebas.

Sonroja escuchar al presidente Obama pidiendo a los dirigentes árabes más democracia o condenando la violación de los derechos humanos en Cuba, China o Siria. Pero, ¿esto qué es? Ningún país ha levantado con rotundidad su voz contra los desafueros de EE UU. Ninguno ha denunciado con firmeza las barbaridades de Guantánamo, su ilegalidad, la monstruosidad de la existencia de un reducto donde no se aplica ley alguna, ni humana ni divina.

Vivimos en un mundo de confusión, de hipocresía terrible. Estados Unidos puede encarcelar a quien quiera, encerrarlo donde quiera, secuestrarlo, torturarlo, matarlo. No se detendrá el pulso del mundo civilizado. Y dura años. Nadie ha conseguido cerrar Guantánamo. Son años de sufrimiento a gente que no tiene acusación ni delito concreto.

Y las Naciones unidas se reúnen, se reúne el Parlamento Europeo, se reúnen los Consejos de Ministros de cualquier país democrático. Nadie condena. Nadie exige. Todos callan. Estados Unidos puede crear sus cárceles, ya no ocultas,  ahora a la vista de todo el planeta. Años de encierro, torturas, desolación, suicidios de los presos. Y el silencio internacional.

Y, mientras tanto, su presidente, Obama, sale por la tele condenando la violación de los derechos humanos en cualquier lugar del mundo. Su presidente, Premio Nobel de la Paz, mantiene abierta la cárcel más horrible del mundo.

Hace muchos años Miguel Hernández escribió:

Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados:
buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan.

No se ve, que se escucha la pena de metal,
el sollozo del hierro que atropellan y escupen:
el llanto de la espada puesta sobre los jueces
de cemento fangoso.

Allí, bajo la cárcel, la fábrica del llanto,
el telar de la lágrima que no ha de ser estéril,
el casco de los odios y de las esperanzas,
fabrican, tejen, hunden.

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