Una década bajo el signo del golpismo, el terrorismo y la guerra sucia

14/04/2011

diarioabierto.es. La editorial Espasa publica el último libro de Luis Díez, "Las cloacas de la Transición", una investigación trepidante sobre el lado oscuro del tránsito del franquismo a la democracia.

Cuenta el general Andrés Casinello, ex jefe de los servicios secretos con Adolfo Suárez y la persona encargada de tender puentes con socialistas, comunistas y nacionalistas antes de las primeras elecciones generales de 1977, que cuando aborda el tema de la Transición hay una imagen literaria de José Ortega y Gasset que le persigue con ahínco: dos hombres prehistóricos avanzan por un campo en direcciones opuestas; en los dos late el miedo al otro, al desconocido, pero prosiguen su camino sin desviarse; cuando se encuentran, el temor hace a ambos atenazar las manos del contrario. Y así, dice Ortega, nació el saludo.

“Desde esta imagen –añade el general Casinello, un hombre de 84 años que no vio los toros desde la barrera, sino en el ruedo como peón de brega– definiría la Transición como la posibilidad de acercarse al otro sin que ninguno renuncie a su pensamiento ni a sus aspiraciones políticas. Pero todos decidieron llevar sus discrepancias en un clima de pacífica convivencia, alejando los demonios de nuestra cercana historia, dejando los recuerdos como tristes recuerdos y no como motores del enfrentamiento”.

Estos párrafos están sacados del epílogo del nuevo libro de Luis Díez, Las cloacas de la Transición (Editorial Espasa), en el que el periodista recorre la década que transcurre desde la desaparición física del jefe del Estado, el dictador Francisco Franco (1975), hasta que España ingresa como miembro de pleno derecho en la Comunidad Económica Europea (1985), ya con Felipe González como presidente del Gobierno.

Se ocupa Díez de las zonas oscuras o poco conocidas de aquel proceso hacia la democracia que no fue precisamente un camino de rosas, pues estuvo marcado por dos grandes amenazas desestabilizadoras: el involucionismo ultra y golpista, con sus sangrientas manifestaciones, y el terrorismo separatista, con sus terribles secuestros y atentados contra cientos de ciudadanos inocentes.

Los anhelos de paz, reconciliación, convivencia en democracia y libertad, derechos políticos, sociales, civiles, territoriales… de la inmensa mayoría de los españoles fueron correctamente interpretados por el jefe del Estado con título de Rey, Juan Carlos de Borbón, quien en la primera oportunidad proclamó ante el Congreso de los Estados Unidos –la democracia más grande del planeta– su compromiso democrático y, al regreso, encargó aquella labor titánica a Adolfo Suárez, ex secretario general del Movimiento.

La inteligencia de Suárez –un hombre cariñoso y cercano, capaz de poner de acuerdo a setenta–, la astuta colaboración de Santiago Carrillo –un hombre capaz de trascender los intereses partidarios–, la moderación y el acierto de Felipe González, y la capacidad de Manuel Fraga de encauzar el tardofranquismo contribuyeron a lograr el objetivo de una Constitución democrática, de todos y para todos, y a integrar y remansar las fuerzas centrífugas e involutivas. La arquitectura política y la labor de los dirigentes de los distintos partidos del arco parlamentario puede considerarse ejemplar si tenemos en cuenta que conocían el “objetivo” pero desconocían el camino para llegar a él.

En aquel recorrido “de la ley a la ley por la ley”, que decía Torcuato Fernández Miranda, se registraron cuatro intentonas golpistas –la más seria, el 23-F–, deslealtades flagrantes de los servicios secretos, ocultamientos de responsabilidades –incluida la de quienes en 1985 quisieron matar al Rey y al Gobierno en pleno–, episodios de guerra sucia, atentados y torturas contra ETA y los nacionalistas, incluido el canario Cubillo, y desmesuras y desaciertos que como las acciones del GAL todavía colean en los tribunales.

De esa cara oscura de la “modélica” Transición se ocupa Díez en un libro riguroso, documentado y no por ello menos trepidante y ágil, que hoy podemos leer desapasionadamente, aunque no sin amargura por cuantos quedaron en el camino. Las grandes cuestiones que atormentaron a este país –la democracia y los derechos humanos, la cuestión militar, la territorial y la social– se hallan venturosamente resueltas. Y a los criminales de ETA, ya sin base política y con una exigua base social, a los que todos los gobiernos, desde Fraga a Zapatero, tendieron la mano, no le quedará más salida que la extinción para siempre, nunca jamás.

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