La poesía de Yago Mellado es una perspectiva desde el centro del mundo. Y aquí el poeta es su propio centro, el origen del ser –tiempo y espacio-, como una proyección que se mueve del sitio sin desplazar el paso de su voz, que atraviesa sus propios atlas personales, sus nuevas geografías reconvertidas en experiencia íntima, para hablarnos siempre desde dentro, desde ese núcleo íntimo, por debajo del manto y la corteza, proyectado sobre la inmensidad. Elegantemente editado por la nueva y prometedora editorial Esdrújula, de factura plástica, Cartografía de una tangente es, a todas luces, un libro necesario para su propio autor. Nada hay en él de mera poesía de circunstancia o geográfica, de fedataria íntima de la propia vivencia; hay, en cambio, una visión plural de la existencia, multiforme y dinámica, cambiante, adormecida, dentro de los pliegues de la realidad, por encima y debajo, entre los agentes corrosivos del clima y la intemperie abierta de los años que nos van devorando. Dividido en tres partes –Las huellas, Fotografías y Recetario-, Cartografía de una tangente nos propone un viaje existencial, que se va perfilando desde sus elementos, empezando por el propio bautismo cenital de vocablos, que nacerán de nuevo: “Voy a deshacer / a bocados / mi propio vocabulario”. Pero el lenguaje también corre su riesgo: “Las palabras enredadas / marañas / en un paladar de piedras”. Finalmente, la verdad mineral acaba siendo más fuerte que el deseo verbal, porque: “La tierra mastica tu boca / aunque no quieras”.
Un ritmo frenético, entrecortado, limpio, en una poesía libre, sin puntación ni pausas, que se lee con la respiración. Hallazgos sensoriales, oníricos y amplios, con el sujeto poético vertido en su verdad mineral: “Hilaba la rueda el río / seco avanzaba su cauce / de tierra, cantos y piedras / vagabundo del aire”. También el propio poeta se nos muestra como ese mismo “vagabundo del aire”, que va viajando por su propia biografía afianzando cimientos de una geología íntima. O, como nos dice en otro poema: “Soñaba con inviernos / No con el frío”. Esencialidad pura, ese estancamiento de palabras que alcanzan su propia sonoridad plena, con su grito semántico en el silencio previo a la creación. Pero también la vida más cercana, con su experiencia de cotidianidad, está presente aquí, en la mirada totalizadora del poeta: “Pasa la voz metálica de los autos / pasan / la pretensión esteta de los tacones / y lo aéreo de sus faldas / pasan / luces de noche / manos ciegas / y el eco de su paso”, como también pasamos nosotros al leerlo, porque es la calle del aire, en el humo de la conversación, pero también el milagro primitivo y amplio de una contemplación que abarca todos los confines del retrato.
Hay también otros versos que pueden funcionar como poética, porque seguramente son el corazón del libro. Pienso especialmente en dos fragmentos: “Ante las amenazas del vacío / me meto el mundo por dentro / me lo inyecto en los labios / y en el pecho”. Para eso, precisamente, habitamos el cuerpo del poema: para interiorizar la hostilidad de la existencia, pero también su claro mutismo atronador. Pero ¿y después de la escritura? Entonces tenemos el segundo fragmento, perteneciente a la misma composición, que también podría ser una poética de todo el libro, porque lo condensa y lo define: “No queda más que la madeja / madeja enredada / inservible / madeja deshabitada”. O la imposibilidad de la poesía para sacarnos de nuestro estado de sitio, como comprobamos después, con esos “ojos / abiertos / devorando / la distancia / sin moverse del lugar”. Ese ”sin moverse del lugar” me parece definitivo en la propuesta poética de Yago Mellado, en su mirada abierta y pálida, pero también completa y muscular, en el telar de un libro que no resume el mundo, pero que sí lo habita y lo respira, gracias a ese ritmo recortado “con las aristas de las aceras”, en esos “días aéreos” que “vagan / tratan de borrar la memoria / con la cabeza alzada al cielo”.
Su cuerpo nombra al aire y se bebe el silencio: “Hoy es día uno. Se acaba de inaugurar el tiempo”. También inauguramos una nueva poesía, de honda sencillez y altura metafórica, que diversifica las propuestas poéticas a través de unas prosas de íntimo lirismo, pero también del aluvión de elementos captados de la realidad. Cuando se dice “El periódico marcó hoy máximas históricas”, Yago Mellado no nos saca del poema, sino que introduce la actualidad en la intensidad lírica: porque todo es verdad, tensión primera, y no retablos fuera de la escritura de la realidad. Sin embargo, tampoco su escritura se reduce a una intención fotográfica, sino que enfoca la vida con el visor más amplio, dentro y fuera de nosotros, volando por encima del mapa hasta apresar sus límites, y después olvidarlos.
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