Una Transición con fondo de reptiles

04/12/2015

Miguel Ángel Valero. Luis Santos, periodista, demuestra en "La prensa que se vendió" el contubernio entre el Gobierno y los medios de comunicación.

Ahora que se ha puesto de moda la segunda Transición es muy bueno que se publiquen obras como «La prensa que se vendió» (Ediciones Carena, 208 páginas) y que demuestran que en la primera no todo fue de color de rosa. El trabajo de investigación de un periodista como Luis Santos a partir de los archivos de Ignacio Aguirre, secretario de Estado para la Información desde el 27 de febrero de 1981 al 7 de diciembre de 1982, y  tío de la jefa de la oposición en el Ayuntamiento de Madrid, Esperanza Aguirre.

En las páginas 163 a 208 de la obra se reproducen documentos que muestran «vergonzosas componendas para manipular la opinión pública» en España, como escribe en el prólogo otra periodista, Pilar de Miguel.

El archivo, celosamente guardado por Ignacio Aguirre, ha terminado saliendo a la luz gracias a esta obra, desvelando «que los cimientos del edificio mediático en este país tienen muchas grietas». Porque los medios de comunicación, en su legítimo afán de ganar dinero, olvidaron su razón de ser, que es la de ser transmisores de la información hacia los ciudadanos. Y muchos ahí siguen, vendiéndose al mejor postor.

La connivencia, cuando no un auténtico contubernio (y no el judeomasónico al que era tan predilecto el dictador), entre las empresas periodísticas y el poder político nació «a la vez que se instalaba la democracia parlamentaria» en España. En ese camino de deshonor, en esa Transición con fondo de reptiles, fallecieron los medios de comunicación públicos, cabeceras tan entrañables como «Pueblo», se dejó caer a publicaciones de prestigio como «Informaciones»., se impidió la resurrección de «Madrid» (volado, junto a su edificio, por la dictadura), y se descafeinó, nada más nacer, a esa prensa conocida como el «Parlamento de papel».

Este libro «La prensa que se vendió» debería ser lectura obligatoria para cualquier persona que quiera dedicarse al periodismo. Para que descubra cómo los grandes directivos y empresarios de la comunicación «mercadearon con su línea editorial a cambio de ayudas de todo tipo». Y algunos de estos personajes continúan, no sólo mercadeando con sus medios, sino dando clases de moralidad.

La lista de la verguenza es larga: ABC, Luis María Anson, Guillermo Luca de Tena, El Imparcial (donde se llegó a entrever dinero de Moscú, nada menos), El País, Juan Luis Cebrián, todas las rocambolescas y escandalosas peripecias en torno al diario Madrid, el Grupo Correo, La Vanguardia, Javier Godó, Diario de Barcelona (decano de la prensa en España, que llegó a sufrir las bombas de la ultraderechista Triple A), El Peródico, Grupo Zeta, Antonio Asensio («naturalmente que podríamos extender en otros términos esta limitación de la crítica a determinados temas más o menos accidentales, pero naturalmente que necesitaríamos una contraprestación a cambio», escribe en octubre de 1978 al secretario de Estado para la información, Manuel Ortiz), Informaciones y el papel que jugaron en su desaparición el Grupo March, algunos bancos, y Juan  Garrigues. los no menos sangrantes avatares de los medios públicos Pueblo o Solidaridad Nacional, Deia, los curiosos paralelismos entre el proetarra Egin y el ultraderechista El Alcázar ern su tratamiento por el Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo, el asunto Off The Record de José Cavero, Fernando Ónega o Carlos Emilio Rodríguez con Adolfo Suárez.

El escándalo de las ayudas

Capítulo aparte tiene el mayúsculo escándalo de las ayudas a la prensa para su renovación tecnológica, por no subir el prfecio del ejemplar, o por las más variopintas razones. Otro se dedica a las ayudas de Josep Meliá, todo un secretario de Estado que se disculpa en una carta al entonces Honorable  Jordi Pujol por escribir en castellano. Y el último se refiere a las ayudas indirectas, al mamoneo de la publicidad estatal.

El caso es que el fondo de reptiles manara dinero de sus generorísimas ubres hacia la prensa, y hacia sus directivos y empresarios.

Para que luego nos cuenten esas versiones tan idílicas e dealizadas de la Transición, tratando de ocultar la verdad, que todo era un trapicheo entre el poder y la prensa, en el que salían perdiendo la verdad, la objetividad, y la información.

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