Dominique Strauss-Khan llamó «generación perdida» a los que ahora tienen entre veinticinco y treinta y cinco años. No se refería a Hemingway ni a Francis Scott Fidztgerald ni a ninguno de los integrantes de la generación perdida de verdad. Hablaba de ese grupo de gente que acudió a la universidad para luego trabajar de telefonistas. Aludía a los que viven en la casa de sus padres hasta edades tardías y sufren un desencanto prematuro y parecen sobrevivir en una especie de provisionalidad estancada. Se refería a los jóvenes de la crisis. Son ésos que nunca alcanzarán el nivel de vida de sus progenitores. Se trata de los que crecieron durante la época de bienestar económico que precedió a la quiebra de Lehman Brothers; ésos de los que en los medios de comunicación se dice que son «vagos» y que son «cómodos» y que no tienen «iniciativa»; ésos a los que en ciertos programas televisivos se trata como a una categoría secundaria de seres humanos. Sus sueldos no llegan a mil euros. Sus perspectivas de desarrollo personal resultan confusas. Parecen dedicarse a recoger florecillas entre los escombros en vez de hacerse cargo de los asuntos serios. Pero no sería justo decir que son una «generación perdida». Son una generación echada a perder.
Lucía Martín, que es periodista y colaboradora habitual de diarioabierto.es, dedica a ellos su último libro: ¿Generación perdida? Desmontando ideas sobre los jóvenes. En él retrata a ese grupo de seres humanos a través de entrevistas con expertos en el asunto. ¿Qué define a esa gente? El sociólogo polaco Zygmunt Bauman llama modernidad líquida a la época en la que les ha tocado vivir. «Un entorno cambiante en el que los valores mutan de un día para otro.» ¿Qué más? La ausencia de héroes. Los medios de comunicación no suelen destacar la función social de las figuras heroicas. Los escritores y los científicos y los que logran con su propio esfuerzo que el mundo avance en algún sentido no son casi nunca célebres. Las celebridades a menudo representan una suerte de inutilidad afortunada. ¿Más? Los jóvenes de hoy fueron educados para tener grandes expectativas para el futuro. Muchos se matricularon en la universidad. Previeron brillantes carreras profesionales en sólidas empresas. Pero a los veinticinco años están en el paro o mendigando un empleo para el que no hubiera sido necesario estudiar tanto. Otros envejecen siendo aún becarios. Los hay que pierden la esperanza en todo este artificio. Opinan que los políticos son bazofia; se dan cuenta de que en las empresas existe un tapón —verdadero y verificado— de individuos de más cuarenta años que les impiden progresar. No creen en Dios ni en el matrimonio ni en los sindicatos. No protestan porque sería inútil. Es cierto que otras generaciones tuvieron que enfrentarse a la pobreza y a un régimen dictatorial. Pero éstos todavía no saben dónde está el enemigo. Este enemigo es invisible y más hábil que los anteriores.
Lucía Martín trata de desmontar algunos de los tópicos que han caído sobre esta generación. Son vagos. Son cómodos. No hacen nada por su cuenta. Puede que la sociedad se esté equivocando en cuanto a los jóvenes, dice Lucía Martín. Quizá esta «generación perdida» nos sorprenda.
¿Generación perdida? Desmontando ideas sobre los jóvenes, Lucía Martín. Editorial Áltera. 190 páginas.
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