Cuando Carlos Zanón fue Johnny Thunders

10/10/2015

Daniel Serrano. Llego algo tarde a las celebraciones y el champán se habrá calentado un poco porque Yo fui Johnny Thunders obtuvo este verano en la Semana Negra de Gijón el Premio Dashiel Hammet.

Y ha llegado el otoño a la ciudad.

Pero da lo mismo.

Quiero hablarles de Carlos Zanón.

Me gusta el reseñismo que ejerce en Babelia, donde le permiten hacer el trabajo sucio que otros articulistas rechazan para no mancharse las impolutas mangas de la camisa.

Y me ha encantado Yo fui Johnny Thunders.

Que es un policíaco sin policías, el dibujo nocturno de lo que acontece bajo la luz amarilla de las farolas allá en el extrarradio, una crónica de naufragios en la Barcelona que no visitan los cruceristas.

¿Existe esa Barcelona que relata Carlos Zanón?

A mí me recuerda a la de Vázquez Montalbán y a la de Andreu Martín o al Madrid de Juan Madrid y sus boxeadores sonados y sus rockeros vencidos.

Un escenario de derrotas inapelables en el que, contra todo pronóstico, algunos supervivientes llegan a viejos.

Cuenta Yo fui Johnny Thunders la vuelta al barrio de un triunfador que nunca lo fue.

Mr. Frankie quiere quitarse del jaco, recuperar a su hijo y que su no tan anciano padre, un completo hijo de puta, le deje en paz.

Mr. Frankie compartió camerino con Johnny Thunders.

Es la historia de los héroes de los 80 que aspiraron a la gloria y ahora deambulan gordos por las calles de su niñez con una vieja chupa de cuero que conoció tiempos mejores.

¿No os suenan esos tipos del final de la barra, los que llevan allí desde Agapo y Rock Ola, con el pelo ralo como muñecas Nancys, camisetas de Los Ramones, apestando a cerveza y dejando que el tiempo les devaste para siempre jamás?
Pero vamos a lo que vamos.

Carlos Zanón construye una narración trepidante, ejecuta retratos repletos de apasionantes claroscuros y, sobre todo, arma una poderosísima trama que se merecería (si esto fuera Hollywood y no lo que es) un peliculón dirigido por Tony Scott (Q.E.P.D.) o el Scorsese de los días buenos.

El final de Yo fui Johnny Thunders resulta sencillamente abrumador.

Fabuloso.

Menuda novela.

Negrísima y muy dura.

Pero absolutamente convincente y no como otras con monigotes y decorados turbios edificados con cartón piedra.

Aquí no hay mentira que valga.

En Yo fui Johnny Thunders sólo hay puta verdad.

Es la vida de los pobres y los derrotados, existencias en las que hay pena y dolor pero también (sin que sepamos muy bien por qué) gente que ayuda a otra gente.

Tal vez ese sea el aspecto que más que ha gustado de Yo fui Johnny Thunders.

Frente al nihilismo pesimista que despliega el género negro más punkarra, la absurda posibilidad de salvación. Que procede de donde menos se espera uno.

Así son las cosas.

Un infierno en el cual, a ratos, se pasa bien.

Carlos Zanón es un descubrimiento.

Rechacen intrigas nórdicas clonadas unas de otras y busquen a este tipo por las estanterías de su librería de guardia. Háganse un favor.

Yo fui Jonny Thunders. Carlos Zanón. RBA. 316 páginas.

 

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