Hay ocasiones en las que las sobras de almuerzos pretéritos nos reconfortan tanto como el mejor festín. No menospreciemos la delicia de un buen refrito. He aquí el caso. Intervenciones. Un montón de viejos artículos, poemas y entrevistas de Houellebecq que ahora publica Anagrama para hacernos más soportable a los houellebecqianos de pro la espera de El mapa y el territorio, flamante Premio Goncourt del terrible Michel.
¿Qué hallamos en Intervenciones? Ah, queridas lectoras, estimados lectores, vacío del hiperespacio, eco de mis propios pasos, Houellebecq en estado puro o esa tradición tan francesa del agent provocateur que lanza el humo sus gauloises a la cara de los biempensantes.
O sea, un tipo francamente antipático que escribe Jacques Prévert es imbécil o sentencia que «la literatura lame las heridas de la infelicidad» o insiste en calificar al islamismo de religión imbécil, a las feministas de «amables gilipollas» y, a la vez, tiene accesos de inexplicable ternura, y contempla el mar y nos dice que su belleza, la inabarcable belleza oceánica, hace que merezca la pena estar vivos en este mundo de mierda, «la bruma no basta; pero no hay nada en el mundo tan bello como la bruma cuando se alza sobre el mar».
En realidad, Houellebecq, con su fealdad congénita, su irritante tendencia a epatar, sus obsesiones sexuales, es un romántico empedernido. ¿Romántico? Rotundamente sí. La posibilidad de una isla, tal vez su mejor novela (consecuentemente vapuleada por la crítica), es una grandiosa historia de amor. Aquí mismo, en estos textos provenientes de acá y de allá, encontramos pequeños rastros de esa inevitable tendencia al sentimentalismo bien entendido con la que Houellebecq se consuela del ruído y la furia de este siglo XXI.
Y ya, si quieren aderezar el refrito con una buena salsa, no reparen en echar mano de la última pieza discográfica de Carla Bruni y escojan La possibilité d’une ille, canción que la bestia inspiró a la bella.
Todo ello, ya decimos, a la espera de que llegue a nuestras librerías El mapa y el territorio. ¿Nos gustará o nos disgustará esa galardonadísima novela? Mi buena amiga Ana García Siñeriz, parisién consorte, me advierte: ha leído ya la obra en cuestión y no le ha convencido. Pero, claro, el día que Houellebecq convenza a dos lectores consecutivos habrá dejado de ser Houellebecq. Porque Houellebecq nos irrita, nos agota, nos repele, es tan feo, insisto, y no obstante, cuando acierta, nos hace reflexionar tanto, conmueve tan profundamente. Y, sobre todo, escribe acerca del mundo que nos rodea, se interroga por este universo en el que matamos y morimos o agonizamos en un aburrimiento cósmico y, al final, sólo nos salva del mortal hastío esa persistencia incomprensible del ser humano en enamorarse del prójimo, irremisiblemente.
Nunca descartemos la posibilidad de una isla.
Intervenciones. Michel Houellebecq. Anagrama. 264 páginas.
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