Es lo que sucede con La mala puta.
Y conste que recomiendo a todo el mundo la lectura de este libelo contra el mundo literario por su osadía y falta de mesura, características ambas de las cuales soy partidario.
Aunque tampoco es para ponerse así.
O sea, me refiero a que resultan perfectamente explicables la indignación y la desesperanza de Miguel Dalmau cuando le dijeron en la agencia de Carmen Ballcels que no le daban permiso para incluir en la biografía de Cortazar que habría escrito las pertinentes citas de Cortazar.
A consecuencia de ello, Miguel Dalmau se quedó sin ver publicado un libro en el que había invertido esfuerzos y energías.
A consecuencia de ello, Miguel Dalmau se lanzó como un lobo herido contra la industria literaria y escribió La mala puta, subtitulada Réquiem por la literatura española.
Y, hombre, no digo yo que no haya algún que otro aspecto de su denuncia que sea certero pero un poco de autocontrol nunca viene mal si se quiere acertar en la diana.
Básicamente dice Miguel Dalmau que cada día se editan libros peores y que todo es pensar en superventas y que a muchas editoriales, agencias literarias y demás la calidad se la refanfinfla.
Y sí.
Sin embargo, el problema que La mala puta Miguel Dalmau queda reducido a un memorial de agravios (personales en su mayor parte) que deriva una y otra vez en excesos estériles.
Por dónde empezar.
Podríamos mencionar el punto machista de algunas de las aseveraciones de Dalmau. Como cuando sugiere que el gran problema de las agencias literarias es que están dominadas por mujeres.
O cuando directamente llama zorra a una editora que, efectivamente, si hizo lo que el autor dice que hizo, no puede calificarse de buena persona pero mantengamos las formas, por Dios.
Tampoco parece de recibo afirmar que hay más censura ahora que durante el franquismo. Escribe Dalmau: “Los españoles no podemos manifestar nuestra opinión abiertamente sobre demasiados asuntos: la familia real, la banca, las multinacionales, los jueces, los periódicos, los homosexuales, los emigrantes, las lesbianas, la CEE, los judíos, el terrorismo, El Corte Inglés, el nacionalismo, el Holocausto…” No es cierto. De todos y cada uno de esos asuntos se ha escrito y mucho; sobran panfletos republicanos, textos políticamente incorrectos y artículos de prensa críticos que lo demuestran.
Y si a Gregorio Morán le censura una editorial, halla otra que le publica su obra.
También opina Miguel Dalmau que en España hay montones de autores que sólo escriben sobre sus pajas mentales. Y pone como ejemplo a Vila-Matas.
Pues muy bien. El problema es que no hay argumentación al respecto. La afirmación queda así convertida en mero exabrupto.
Sobre Vila-Matas, además, cuenta que una vez, yendo muy borracho el autor de Bartleby y compañía, se pasó la noche insultándole. Muy mal. Pero ello no desmerece su obra.
En cuanto a la crítica, Miguel Dalmau cae en contradicciones absolutamente sorprendentes. Aborrece el estilo carnicero de Ignacio Echevarría para, a continuación, admitir que una vez este crítico fue expulsado de El País se impuso en el reseñismo literario un estilo light que básicamente se traduce en que to er mundo es güeno y cada libro puede calificarse de obra maestra.
En esto último sí que tiene bastante razón (en los grandes suplementos literarios sólo suele machacarse al débil y pocas veces se hace crítica de verdad con los consagrados) igual que tiene razón en añorar los tiempos de los grandes críticos cuya firma ponía un libro en órbita (o lo condenaba, que también).
Miguel Dalmau acusa a la televisión de ser el enemigo número uno de la literatura y, sin entrar en honduras, lanza algún dardo contra las estrellas de la tele que publican novelas.
De acuerdo. Falta un buen programa de libros. Página 2 está bien pero una buena tertulia literaria tendría más enjundia.
En cuanto a lo de las estrellas de la tele convertidas en novelistas ¿qué decir? Pues que sí, que salvo excepciones, resulta un drama. (Lo más alucinante es que esas estrellas se creen de verdad escritores y así se rotulan en cuanto pueden, en un alarde disparatado de inmodestia).
Lo peor es cuando, al final de su invectiva, explica que por culpa de Carmen Ballcels ha tenido que dejar su ático en Palma de Mallorca y vivir de prestado en una masía. Eso es una verdadera putada. Pero tiene que ver con la industria literaria tanto como con el capitalismo de rapiña que en los últimos años ha condenado a muchísimos profesionales de muchísimos sectores a una miseria sobrevenida.
En fin.
Conste en acta que la biografía de Jaime Gil de Biedma que escribió Miguel Dalmau me pareció en su momento uno de los libros más gozosos y valientes que he leído sobre un escritor.
Por el contario, la adaptación que Sigfrid Monleón hizo al cine, por mucho que a Dalmau le duela, era una parodia involuntaria cuyo único mérito consistía en que daba la vuelta y te partías de la risa con ese Jordi Mollá pasadísimo de rosca en el papel de Gil de Biedma.
Luego está una segunda parte en La mala puta escrita por Román Piña Valls y son estas páginas las más valiosas. Porque apunta en buena dirección, argumenta y acude a ejemplos concretos.
Resulta interesante (y tristísimo) el repaso de viejas estrellas del rock (literariamente hablando) que han acabado en la ruina.
O como José Ángel Mañas, el de Historias del Kronen, se gana la vida escribiendo libritos de Águila Roja.
Aunque nunca digas de esta agua no beberé.
Hay que comer.
Y muy (pero que muy) buena es esa secuencia del libro en la que Román Piña Valls describe cómo a un escritor le proponen hacer de negro para la elaboración de una novela histórica y cómo le dicen que todavía están buscando a quien la firme, que luego ya se inventarán al autor que aparecerá en la portada.
A ese asunto nadie quiere hincarle el diente y, por tanto, me parece valioso que en La mala puta se haga.
Dicho todo esto, amigos y amigas, acudan a su librería y háganse con un ejemplar de La mala puta. Porque Miguel Dalmau es un buen escritor que merece vivir de su trabajo. Porque nunca está de más que alguien agite las aguas. Porque la literatura española (la mala puta que decía Hemingway) se merece un revulsivo.
Porque nos gustaría leer esa biografía truncada de Julio Cortazar.
Porque, al final, todo escritor tiene derecho a equivocarse.
Y Miguel Dalmau, creo, se equivoca en muchas cosas. Mas ¿quién no se equivoca?
La mala puta. Réquiem por la literatura española. Miguel Dalmau y Román Piñá Valls. Editorial Sloper. 257 páginas.
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