Perico Vidal o cuando España era Hollywood

05/12/2014

Daniel Serrano. Samuel Bronston levantó en España un Hollywood que se desayunaba con anís y churros, Roma imperial de sabañones y Charlton Heston cabalgando por las cañadas de Colmenar Viejo, asombrando a los viejos con boina y enamorando a las lugareñas. También asomó su escote de diosa nariguda la inmensa Sofía Loren.

Luego vino David Lean a hacer obras maestras y cuando se rodó una escena de Doctor Zhivago en la que la multitud de figurantes tenían que cantar La Internacional el jefe de puesto de la Guardia Civil tomó nota y envió informe a la superioridad, porque allí se había cantado con más entusiasmo del debido. Se dijo que entre los que habían acudido a hacer de extras por unas míseras pesetas había mucho rojo que aprovechó la coyuntura y que a alguno se le saltaron los lagrimones bajo la nieve de mentira.

Si non è vero, è ben trovato.

En esa España de los años 50 y 60 del siglo XX, en ese Hollywood cañí que se inventó Bronston, se movieron personajes irrepetibles: aventureros, jovencitos calaveras, artistas, caraduras,…

Ahí estaba Perico Vidal, un poco señorito bohemio, un poco diletante del jazz y la buena vida, joven entusiasta y más listo que el hambre.

Un tipo que trabajó de asistente en rodajes con Orson Welles, Nicholas Ray y, sobre todo, David Lean, de quien fue gran amigo.

Perico Vidal fue uno de esos personajes que se bebió la vida a tragos largos y amó y peleó y se fue a Las Vegas de juerga con Sinatra y mil y una historias de esas que parecen mentira si no fuera porque son verdad.

Historias que contó a Marcos Ordóñez y que Marcos Ordóñez transcribe y ordena y convierte en un libro delicioso, apasionante y feliz.

Y eso que hay pasajes tristes, con el alcoholismo de por medio y el fin de los buenos tiempos, cuando todo el esplendor se convierte en ruina. Pero aún así.

Perico Vidal te organizaba un rodaje y luego se iba a beber whisky hasta las tantas, y rodaba en Soria o en Irlanda con Robert Mitchum, a donde acudió a ayudar a su amigo Lean, que fracasó como nunca con La hija de Ryan.

Luego hay una última parte del libro en la que habla la hija de Perico y también resulta emotiva. Porque relata el reencuentro de un padre tarambana y una hija que jamás renunció a recuperarle.

Big Time: la gran vida de Perico Vidal está muy bien. Entretiene y deja con ganas de más.

Sugerencia a Marcos Ordóñez: que escriba un libro sobre Los Choris, ese grupo de niños bien caraduras que hicieron de Marbella su campo de recreo y del cual apenas sobrevive para los más memoriosos Luis Ortiz, marido de Gunilla.

Otra sugerencia para Marcos Ordóñez: que escriba un libro sobre Fernando Sancho, el actor español que más veces hizo de mejicano malo en los spaghetti westerns. Y que aclare de paso si es cierta la leyenda negra que dice que le daban tantos papeles porque era franquista a machamartillo y ejercía de comisario político de la ultraderecha en el mundillo del cine.

En fin. Hay tantas historias que contar acerca de aquellos días de vino y rosas.

Vino y rosas para algunos. La realidad en aquella España era otra. Lo admite Perico Vidal, que rememora las noches de dry martinis, tablaos y paellas de madrugada: “Nosotros no vivíamos en España, vivíamos en el mundo del cine”.

Big Time: la gran vida de Perico Vidal es una lectura de las que se disfrutan de la primera a la última página.

¿Qué más se puede pedir?

Big Time: la gran vida de Perico Vidal Marcos Ordóñez. Editorial Libros del Asteroide. 272 páginas.

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