Escribe Marco, de 8 años: “¿Por qué te fuiste/dejándome sin tu amor/en este extraño salón?” Es la canción de un niño pero en esa invención hay un hallazgo poético inesperado: extraño salón.
Dos palabras que, por azar, quedan dispuestas juntas y provocan una evocación inquietante.
Extraño salón.
La poesía es eso: palabras que se colocan una detrás de otra contraviniendo toda norma y protocolo (aunque respetando una matemática muy precisa) y que nos conducen a lugares nuevos.
Los niños son muy buenos poetas. También los borrachos, algunos adolescentes y los viejos a los que no les importa llevar camisas floreadas o gorras de marinero (Alberti señaló el camino).
La poesía ha vuelto a los bares y los santos bebedores de hermosa alma decrépita aprovechan la ocasión para acostarse con ninfas que escriben libros de poesía y se pintan los labios de rojo fuego.
En fin, que me dicen que no sólo de best-sellers para señoras vive la Casa del Libro y que allí Marwan, el cantautor, vende miles de ejemplares de sus poemarios, y que Carlos Salem, el corsario de Malasaña, tiene más groupies que tuvo Jim Morrison en vida y muerte, y que Diego Ojeda, también cantautor, anda en plena aventura editorial y con sus libros y sus éxitos y su legión de poetas al asalto del Palacio de Invierno.
#follamantes de Carlos Salem sale en la editorial Alsari Libros y es la penúltima contribución poética del porteño de Malasaña que más ha engrandecido la literatura nocturna de Madrid e inmediaciones.
O sea, me refiero a que a alguien que titula un poema Texto de una whatsapp que no te envié porque me cortaron la wifi merece un respeto.
O que escribe: Siempre andamos amaneciéndonos tu y yo, incluso por las tardes.
Y : Vas abriendo callejones a tu paso, buscando sin buscar la puerta que da al patio de los sueños.
Canela fina.
Y luego está el citado Diego Ojeda, cuyo libro se titula (muy bonito) A pesar de los aviones.
La única ciudad/ a la que nunca regresaré/ se llama adolescencia, sentencia Diego. Y: Fuimos tantas veces por la calle equivocada/ que nunca aprendimos a correr/sin mirar atrás.
El otro día, en un recital de poesía y música donde descubrí Taller de Somnis (o sea, a Joan Camps y Mike LaMotta), pensé algo que, cómo no, exprese al medio minuto en forma de tuit: A veces hay poemas imperfectos de una imperfección hermosísima. De hecho, creo que los mejores poemas son imperfectos.
Extraño salón.
Cosas así.
La poesía es un niño mirando el mundo y curándose el susto con preguntas.
Marco, de 8 años, preguntó: ¿Y si nos vamos de aquí y desaparecen todos los árboles y yo jamás lo llego a saber porque ya nunca volveré?
Extraño salón.
Sí.
#follamantes. Carlos Salem. Alsari Libros. 130 páginas.
A pesar de los aviones. Diego Ojeda. Noviembre. 92 páginas.
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