Según Bonilla, Villena y demás a Ruano no hay que juzgarle por su mezquindad criminal durante la ocupación nazi de París, periodo en el cual (presuntamente) el periodista y escritor se dedicó a estafar judíos que huían de la persecución implacable de Hitler. No hay que juzgarle tampoco por haberse puesto al servicio de la Gestapo como delator una vez se le atrapa por sus estafas. Acciones ambas (estafa y delación) que, en tiempo de aniquilación, acarreaba consecuencias brutales para el judío o resistente que se cruzara en el camino del nombradísimo articulista.
Bonilla, Villena y demás insisten en que a Ruano (como a Céline, como a Ezra Pound, como a Knut Hamsun) hay que juzgarle por su obra. Lo malo es que su obra no resulta ni por asomo equivalente a la de Céline, Pound o Hamsun, por muy fascistas que fueran todos.
O sea que Ruano era una mala persona y, además, un escritor de tres al cuarto así que lo más probable es que resulte condenado al olvido y la ignominia.
¡Un momento!, bramará el partidario de la prosa falangista (fino estilo, roca escurialense, pomporrutas imperiales) o el simple partidario de la prosa monárquica y limpia del Ruano que escribía en los periódicos.
Nadie puede negarle a Ruano su talento para el artículo, su voluntad de estilo, su capacidad literaria en la distancia corta. Lo que he leído en forma de relato un poco más largo me parece puro naufragio. ¿Y su poesía? Pues gracias a El marqués y la esvástica descubro que Ruano fue un gran poeta y tengo que acudir cuanto antes a buscar alguna antología para disfrutar de sus versos a fondo.
En fin, pongo las cartas encima de la mesa: jamás me cayó simpático ese Ruano al que Francisco Umbral veneraba y citaba tanto en sus columnas. En Mi medio siglo se confiesa a medias hace gala de un resentimiento enfermizo contra los literatos republicanos que obtuvieron (justamente) la gloria que a él se le negó. Habla de Alberti y sugiere que, cuando ambos eran jóvenes y andaban por Madrid, el gaditano le robó un premio mediante el sencillo método de dejarse encular por el organizador del galardón.
Y mejor ni tan siquiera recordar el infame artículo de 1956 en el periódico Arriba con el que César González Ruano impidió el regreso del exilio de Margarita Xirgú. La inmensa actriz, viendo cómo seguía el percal en España, decidió quedarse en Argentina.
¿Y este personaje daba nombre a uno de los más importantes premios de periodismo de este país? Pues sí. Hasta hace poco. Hasta que Rosa Sala Rose y Plàcid García-Planas Marcet comenzaron a remover su pasado filonazi y criminal y se acabó el premio.
Pero vayamos al libro, que nos hemos demorado más de la cuenta en consideraciones preliminares.
El libro. Pues el libro está muy bien. El marqués y la esvástica resulta una magnífica investigación y un excelente relato, ameno y, sobre todo, repleto de pistas para continuar leyendo aquí y allá.
Le reprocha a los autores Villena el que no acaben de aclarar al 100% los hechos oscuros que llevan a Ruano a ser encarcelado en el París de la ocupación y sí, es cierto, que no se han hallado documentos que de modo categórico afirmen que Ruano estafó judíos y ejerció de chivato de la Gestapo. Pero sí hay indicios, testimonios y documentos que prueban que Ruano, ya en Berlín, se lucraba robando a judíos que dejaban su casa en préstamo para que un español con aires de marqués se la saquease. Sí hay indicios, testimonios y documentos que le vinculan a un círculo de miserables que con la embajada española en París como centro de operaciones prometían a los judíos una fuga que jamás llegaba. Sí hay indicios, testimonios y documentos de que cobró para hacer propaganda del fascismo, nazismo y lo que se le pusiera por delante. Sí hay indicios, testimonios y documentos que certifican su atroz antisemitismo. Y hay un dato clave: Ruano fue condenado tras la guerra (en ausencia) por un tribunal francés acusado de colaboracionismo y graves crímenes contra Francia.
Todo eso nos lo van narrando los autores al modo de una novela que va construyéndose, contando los pormenores de la investigación, las conversaciones, las frustraciones también.
Me gusta ese estilo que algunos han calificado de poco serio, de poco académico.
Me gusta (y mucho) El marqués y la esvástica y me gusta, además de su retrato de Ruano, el dibujo que hace de ese mundo de sinvergüenzas, traidores, héroes trágicos, villanos heroicos y personajes oscuros que poblaron los márgenes de la II Guerra Mundial. Los contrabandistas convertidos en guías para pasar la frontera, los golfos que en el París bajo la bota nazi buscaban lucrarse con el sufrimiento ajeno, los juerguistas a los que la guerra les da igual… Y justo al lado, los combatientes, los que resisten, los que dan ejemplo de fortaleza moral…
Insisto: El marqués y la esvástica es un excelente libro. Sólo haré una objeción: no repitamos más el eslogan promocional que sostiene que esta es la primera vez que se desvela la verdad sobre Ruano. Está la novela que escribió José Carlos Llop (París: Suite 1940), las referencias de Eduardo Haro Tecglen en numerosos artículos y un considerable etcétera.
Pero, bueno, dicho esto: anímense y disfruten de El marqués y la esvástica. Un thriller periodístico ambientado en tiempos terribles.
El marqués y la esvástica. Rosa Sala Rose y Plàcid García-Planas Marcet. Anagrama. 512 páginas.
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