El pie forzado de Rojo aceituna es (redundemos) un poco demasiado forzado. Como si su autor hubiese buscado un envoltorio con el que dar forma a martillazos a un texto que no es más (ni menos) que un libro de viajes en primera persona protagonizado por una pareja de mochileros.
A ver. Rojo aceituna es la historia de Ronaldo Menéndez y su novia Natalia en un viaje con escala en Cuba, Chile, Bolivia, China y el Sudeste asiático. O sea, una mezcla de países donde cierto tipo de comunismo sigue vigente con otros que pertenecieron al campo socialista y una Latinoamérica que se ha colocado a la izquierda pero sin exagerar (es decir, sin soviets).
Ronaldo insiste que en que viaja en pos de la esencia del comunismo, ese ideal. Algo de ello hay en el texto. Pero básicamente lo más interesante es el relato de las venturas y desventuras de un par de mochileros por el mundo.
En la narración puramente viajera radica el encanto de Rojo aceituna. Un libro razonablemente bien escrito (aunque no me convence escribir ostias sin hache, amigo Ronaldo) y ameno.
Ejem.
Ameno, confieso, hasta cierto punto (por mi parte).
Porque igual que el periplo latinoamericano (con visita al dulce hogar incluida –Ronaldo Menéndez es cubano-) me interesa, la aventura asiática me sume en una pesada indiferencia.
En Cuba, en Chile, en Bolivia los personajes con los que los viajeros se cruzan resultan de verdad, cercanos; hay una autenticidad en lo que cuentan y cómo lo cuentan que, al dar el salto continental hacia Asia, se pierde.
El culmen de ese extravío narrativo llega con el episodio del guía vietnamita que relata un cuento trágico de canibalismo. No dudo que existiera el guía, que contase tal historia, que se emocionase y que emocionase a Ronaldo y su novia. Pero la historia es tan desaforada que Ronaldo Menéndez no acierta a plasmarla con la verosimilitud y distancia suficiente y (glups) bordea lo ridículo.
Pero no. Detengámonos aquí. Estoy siendo de una severidad hiriente con este Rojo aceituna. Léanlo. Es un buen libro de viajes y las ilustraciones de Alejandro Armas Vidal resultan muy bellas. Y si yo me he aburrido en un tramo de la narración, tal vez sea problema mío. Denle una oportunidad.
Eso sí, como análisis político que no me lo vendan.
Y dicho esto, para que se hagan una idea de la prosa de Ronaldo Menéndez, estas evocadoras líneas referidas al medio de transporte por excelencia de todo viajero: ese tren tradicional que agoniza a favor de las altas velocidades, tan cómodas y tan vulgares. Ahí va el pasaje:
“(…) Un tren no es un vehículo sino parte de un país. Un tren es un lugar. Se mueve siguiendo un ritmo que dibuja con la enorme brocha de la ventanilla la fisonomía del paisaje. Agranda la tierra que surca. Y lo que ocurre dentro del tren, la gente que trasiega con sus risas, sus miserias y sus olores, en seguida empieza a formar parte de uno mismo (…)”.
Viajeros al tren.
Rojo aceituna. Un viaje a la sombra del comunismo. Ronaldo Menéndez. Páginas de Espuma. 290 páginas.
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