Días extraños puso onda grunge antes del grunge (creo recordar) a aquellos quienes fuimos, jóvenes universitarios embriagados de póker y largas mañanas en el césped del campus, soñando glorias literarias que (¡ay!) nunca llegarían.
Ahora Loriga luce extraño perfil de boxeador, como un Marsé con pelo largo y tatuajes, y me parece que ya no tiene una novia rubia pero, qué demonios, el tiempo pasa para todos y a los viejos amigos hay que mantenerles esa fidelidad que nos preserva del abismo.
Za Za, emperador de Ibiza es lo último de este superviviente de esa generación X que bebió bourbon en el Kronen y, como toda generación, se creyó reina de mambo para luego claudicar sin darle demasiada importancia. Bah, no pasa nada.
¿Y qué tal? Bien. La novela de Loriga está repleta de esas frases sentenciosas y fulgurantes que son marca de la casa. Y hay drogas y sexo (casi apto para menores) pero no hay rock&roll, lo más algún DJ animando la declinante fiesta. Za Za, emperador de Ibiza resulta un entretenimiento ligero y divertido, delirante en su argumento. Loriga dispara en varias direcciones y cumple. La novela acaba porque sí, de ese modo que concluyen los relatos que no han sido meditados en exceso. Pero, al final, hemos pasado un buen rato y eso es lo que cuenta.
Ray Loriga es un buen escritor. Tiene oficio y en cada libro, de un modo u otro, construye su autobiografía literaria y sentimental. En Días aún más extraños hasta nos detallaba sus malos rollos y luego nos hablaba de fútbol y aquí paz y después gloria. Loriga no se esconde y por eso nos gusta. Es uno de los nuestros, qué duda cabe.
Za Za, emperador de Ibiza presenta a un cincuentón derrotado que, repentinamente, es ascendido a los cielos. Se le atribuye la invención de una nueva droga de efectos cósmicamente felices y, ale hop, el mundo le reclama como líder. Tanto, incluso, como para convertirse en mandatario de una imaginaria Ibiza independiente. Algún crítico hay que ha querido ver un apunte político en esto de la independencia. Yo no hallo atisbo alguno del asunto pero, en fin, cada cual es libre.
De Loriga me gusta mucho el modo en que beben sus personajes y cómo resultan de atractivos sus perdedores. Dan ganas de perder.
Y hay algo que habla del paso del tiempo en esta novela. Esa fantasía de embarcarse rumbo a una fiesta inacabable donde no exista la necesidad de madurar, hacerse viejo, sufrir los achaques propios de la senectud.
Loriga sigue siendo Loriga. Se ha hecho mayor, claro, y ya no está (ya no estamos) para farras de Colegio Mayor o saraos en los antros de Malasaña. Da igual. Za Za, emperador de Ibiza mola. Y nos recuerda (again) a aquellos que fuimos, jóvenes universitarios embriagados de póker y mañanas de césped en el campus, cuando éramos reyes, bla bla bla.
Aunque ahora que lo pienso. Que siga la fiesta. Todavía estamos vivos y los bares de Malasaña siguen abiertos incluso para cuarentones como nosotros. No todo van a ser recuerdos del pelo largo, que cantaban los Burning.
En resumen, no resulta una mala novela este Za Za, emperador de Ibiza. Con todas sus carencias (que las tiene). Loriga ha vuelto. Está en forma. Larga vida a Loriga.
Za Za, emperador de Ibiza. Ray Loriga. Alfaguara. 216 páginas.
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