Este mundo no hay quien lo entienda y Hollywood ha perdido definitivamente el norte. Ah, si Kubrick levantase la cabeza, qué no daría por un material así para reinventar El resplandor.
Y por cierto, también dice mucho de la perspicacia de nuestra industria editorial el hecho de que La casa de hojas haya tardado catorce años en ser traducida y publicada en España (convirtiéndose de inmediato en título de culto y exitazo de ventas). Seguramente nuestras grandes corporaciones editoriales estaban demasiado ocupadas peleándose por un bodriazo del calibre de La verdad sobre el caso Harry Quebert, que también ha vendido como churros aunque para ello haya hecho falta poner en marcha una maquinaria propagandística que, supongo, habrá incluido mariscadas en los mejores restaurantes para la crítica de los principales medios de este país porque si no, no me lo explico.
Disculpen la digresión pero es que me enciendo (ya me conocen) y, en realidad, lo que pretendía decirles se resume en una frase: he aquí un buen best-seller, caramba.
La casa de hojas da miedo, maneja referencias literarias de lo más sugerentes, tiene un punto de sano cachondeo hacia el lector (al que toma el pelo con un buen montón de páginas conscientemente colocadas para sacarnos de quicio y que, al final, nos saltemos pedazos enteros de la novela), resulta a la vez terrorífica e hilarante, con un humor negro de matices enfermizos y, sobre todo, posee el tono de las grandes historias de terror y un aroma a lo Lovecraft que da gusto aspirar.
Se trata de una variación del eterno tema de la mansión maldita o casa encantada que tanto juego ha dado a la hora de asustar a lectores o espectadores de cine y televisión. Mark Z. Danielewski presume de su erudición en todo momento y lo mismo alude a Stephen King que a Susan Sontag o Freud. El libro incluye dos relatos paralelos y hay momentos en que, de verdad, hiela la sangre. Episodios de auténtica pesadilla con algo de David Lynch y algo de Borges. O sea, todo muy bien. O casi todo, tampoco exageremos. El desenlace (o los desenlaces) quizás no estén a la altura del planteamiento. Pero aún así la lectura de esta novela merece (y mucho) la pena. Provoca ese vértigo adolescente de querer continuar página tras página, deseosos de conocer qué demonios sucede al final. Y, a la vez, deseosos de que no acabe la narración, Qué más se puede pedir.
Sí, sí, también es verdad que la abundancia de bromazos en forma de falsas citas, autores inventados, enumeraciones absurdas y pasajes de lenguaje técnico inextricable y tedioso puede causar rechazo. La solución es simple: dar un saltito y eludir esos obstáculos colocados por Danielewski con el objeto (me parece) de tocar los cojones al lector. Aunque tampoco está mal un poco de gamberrismo frente a la tendencia excesiva de ciertos autores a sobar el lomo del lector y no incomodarle lo más mínimo.
La casa de hojas está muy bien. Oiga, pero ¿es una obra maestra?, preguntará el exigente. Hombre, no diría yo tanto. Sin embargo, esta novela proporciona un placer enorme, extraordinario diría. Leí a Nadal Suau en El Cultural calificar este libro de molón. Suscribo tal cosa: La casa de hojas mola y mucho. Con eso basta y sobra. Ya luego nos pondremos con Lobo Antunes, que tiene nuevo artefacto literario en las librerías.
La casa de hojas. Mark Z. Danielewski. Pálido Fuego y Alpha Decay. 709 páginas.
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