Hay que leer el diccionario

27/01/2011

diarioabierto.es.

A veces conviene acudir al diccionario de la RAE para saber exactamente de qué hablamos. Nuestros políticos –concretamente en este caso los del PSOE- están continuamente hablando de la necesidad de reformar para mejorar las cosas: mercado de trabajo, pensiones.

Y tienen razón. Reformar, según el diccionario de la RAE, en su segunda acepción significa: “Aquello que se propone, proyecta o ejecuta como innovación o mejora en algo”. Lo que ocurre es que ninguna de las reformas que se proponen son para mejorar.

Todos los sinónimos de reformar, según el diccionario, sugieren mejorar, renovar, perfeccionar, corregir… Es decir, palabras con un alto contenido en positivo.

Volvamos de nuevo a analizar el contenido de las reformas propuestas, aunque sea muy a vuela pluma. En el caso del mercado laboral, cogeremos sólo las propuestas de reforma que van, sobre todo, en la dirección de favorecer el despido rebajando a los trabajadores su indemnización. Es de su poner que nadie puede entender que se trata de una reforma que mejora las condiciones del afectado.

Con las pensiones ocurre lo mismo: Lo que se propone –aumentar los años de cálculo, retrasar la edad de jubilación, aumentar los años cotizados- no  creemos que sea, desde luego, una mejora de las percepciones para aquellos afectados.

Quiero decir con esto que, posiblemente, sea más honesto hablar de cambios y no de reformas. Porque, hasta ahora, las reformas que se proponen no cumplen con lo que de ellas dice el diccionario de la RAE.

Ya sé que muchos dirán que de lo que se trata es de mejorar el bien general, las condiciones generales. Y tampoco es verdad. Las reformas perjudican a quienes van a venir después, a nuestros hijos y nuestros nietos que tendrán más difícil obtener un trabajo seguro o una protección adecuada.

Tal vez esas voces de lo que hablen sea de la riqueza global de un país. Pero Tony Judt –a quien he leído siguiendo las recomendaciones de la sección de este diario, Lecturas Dispersas-, asegura que cuando la riqueza general de un país sube espectacularmente, lo único que se hace es aumentar las diferencias entre ricios y pobres. Y pone ejemplos clarísimos.

No sé yo si quiero un país con un PIB del copón y con unas diferencias abisales entre ricos y pobres.  Así que, menos jugar con las palabras y más pensar en el interés general, pero el de verdad.

Por cierto, en la Segunda República, en un discurso en las Cortes el diputado Ossorio y Gallardo se preguntó: ¿”Qué hacemos con los hijos?”. Y un cachondo, famoso por sus interrupciones, Pérez Madrigal, radical-socialista, le contestó: -“Con  los nuestros no lo sé. Pero al suyo ya lo hemos hecho subsecretario”.

Algo parecido se les puede decir a nuestros políticos, cuando dicen que hay que reformar las pensiones para mejorarlas, habría que decirles. “Las nuestras no las toque. Pero la suya ya se la hemos mejorado”.

Vayamos a la poesía. De Luis Alberto de Cuenca:

Cada vez que te hablo, otras palabras
escapan de mi boca, otras palabras.
No son mías. Proceden de otro sitio.
Me muerden en la lengua. Me hacen daño.
Tienen, como las lanzas de los héroes,
doble filo, y los labios se me rompen
a su contacto, y cada vez que surgen
de dentro -0 de muy lejos, o de nunca-,
me fluye de la boca un hilo tibio
de sangre que resbala por mi cuerpo.
Cada vez que te hablo, otras palabras
hablan por mí, como si ya no hubiese
nada mío en el mundo, nada mío
en el agotamiento interminable
de amarte y de sentirme desamado.

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