El ruso se refería a que las familias felices son un tostón manifiesto y las desgraciadas tienen tela que cortar y, literariamente, que contar, y de ahí se sacó el bueno de León varios tomazos como Guerra y paz y todos esos novelones que Jonathan Franzen quiere reescribir mientras mira pájaros con unos prismáticos. Pero no. Las familias felices también tienen su relato y buen ejemplo de ello es Entresuelo de Daniel Gascón. Un bello artefacto literario en el que se nos cuenta las vicisitudes de varias generaciones de aragoneses (y un gallego) venidos a Zaragoza, concretamente a un piso cerca de la estación de El Portillo, en el chaflán de la avenida Goya y la calle del Carmen.
Hablábamos aquí de Félix Romeo hace poco y Daniel Gascón tiene algo de discípulo del Romeo ferozmente tierno que tanto tendía a lo autobiográfico y a lo zaragozano. A Romeo le gustaba hablar de sí mismo y de sus novias y de su familia y a Daniel Gascon también. Daniel Gascón habla en Entresuelo de su abuelo Leoncio y de otros abuelos y abuelas y de su padre, escritor también (vaya por Dios), y de su madre, doctora, y de su hermana y sus primos. Y de todas las cosas que pasaron en el entresuelo donde vivía su familia.
“Todos los recuerdos son inventados” advierte Daniel Gascón. Pero no. Aquí todo es verdad. Entresuelo emociona porque relata la vida como es: triste a veces pero trágica sólo muy de vez en cuando. Triste, por ejemplo, cuando el abuelo de Daniel certifica con un par de frases que su decadencia irrevocable ha llegado:
“-Hacerse viejo es una gaita. Me acabo de mear en los pantalones”.
Coetzee y Roth, que tanto escriben sobre la vejez, hubieran matado por escribir algo así.
También, a ratos, te ríes con Gascón y sus historietas. Como cuando recuerda a una vecina muy conservadora y católica que tuvieron sus abuelos: “Ya lo sabía yo’, me dijo hace un par de años, cuando yo entraba en el edificio con El País”.
Voy a decirlo aunque suene un poco tontorrón: este es un libro muy bonito.
Una especie de retrato de grupo de esos que se hacen las familias en los bautizos, comuniones o navidades. El abuelo Leoncio y sus chistes, los tíos, toda la gente que pasa por una casa cualquiera, las reuniones familiares, la muerte acudiendo implacable a su cita. La vida es almacenar cachivaches en la memoria y luego ponerlos en orden. Eso hace Daniel Gascón tomando como punto de partida para ese ejercicio un entresuelo situado en el chaflán de la avenida Goya y la calle del Carmen de Zaragoza.
El capítulo final merece especial mención. Una cena se titula. Es la descripción de un convite navideño tumultuoso y mediterráneo, con voces entremezcladas, bromas, el tragaldabas que se dedica con minuciosidad a devorar lo que le pongan por delante, una tía que ha venido de muy lejos, el primo pequeño que da la lata, tiras y aflojas, noche de paz, noche de amor y esa felicidad secreta que al ser humano le proporciona estar en grupo y muy juntos todos a ser posible. Seguimos siendo, en el fondo, los mismos que nos dábamos calor en la cueva. La familia es un poco eso.
Entresuelo compone un emotivo relato familiar. No es Tólstoi ni falta que hace. Resulta una muestra notabilísima de esa literatura zaragozana tan buena, como la de Félix Romeo o Manuel Vilas (aunque ese, ahora que lo pienso, es de Barbastro –en fin, da igual-). Daniel Gascón se suma a esa corriente de la joven literatura testimonial tan en boga y cuenta su propia historia como la cuenta el argentino Patricio Pron en El espíritu de mis padres sigue subiendo por la lluvia o como la cuenta Jonas Trueba en Las ilusiones. Para qué vamos a inventar si la vida tiene tantas cosas para contar al prójimo. Aunque, cuidado, lo afirma el propio Gascón: “Todos los recuerdos son inventados”. Pero no.
Entresuelo. Daniel Gascón. Mondadori. 108 páginas.
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