Señoras y señores es una formidable galería de retratos que nos conducen a otra época (salvo dos incorporaciones de última hora: Artur Mas y María Dolores de Cospedal). Se trata de artículos que fueron publicados en la mítica revista Por favor y en el diario El País allá por las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado. Y qué artículos. Qué precisión a la hora de adjetivar, qué capacidad de demoler en una sola frase, qué extraordinaria maestría para la evocación.
Los personajes retratados, la flor y nata de la política, el faranduleo y la alta sociedad de aquella España que (gracias a Dios) no volverá junto a estrellas de Hollywood a las que Marsé rinde homenaje de cinéfilo o, tal vez, cinéfago de tardes de cine y pipas. Kim Novak (“espalda memorable”), Robert Mitchum (“siempre usará pantalones anchos y americanas holgadas, siempre su nuca será insultante, siempre se irá sin despedirse”), Sara Montiel (“no es alta ni rubia ni misteriosa, pero se ha comportado siempre como si lo fuese”), Bibiana Fernández (“su sexo pertenece al mundo de la fantasía”) pero también Augusto Pinochet (“artefacto terrible a punto de estallar”), Isabel Preysler (“ella o la vida secreta de las muñecas”), Juan Antonio Samaranch (“cara de constipado crónico”).
Resulta especialmente feliz el retrato de un Alfonso Guerra en lo alto de su ambición: “Con aire disciplente, mientras se abrocha la americana tuerce la cabeza y se arma de paciencia y su poquito de chulería, como diciendo: ¿Terminarán ustedes de decir gilipolleces?”. Y eso que, al final, dicho retrato acaba siendo bastante más amable de lo que indicaría la cita. No así otros como los dedicados a Lluis Llach y Baltasar Porcel. Al cantautor le define con la siguiente frase: “Cara de seminarista, voz de confesionario”. Aquí (aunque su punto de veracidad tenga la aseveración) no estamos de acuerdo: un respeto al Llach de Campanades a morts con Kavafis convertido en canción. A Porcel le despedaza mediante una afirmación inmisericorde: “Tiene orejas, pero ningún oído literario”. Feroz Marsé aunque, la verdad, se agradece este tipo de escritores que no se callan las cosas y que les da exactamente igual lo políticamente correcto y que eluden la cortesía que se presupone entre camaradas de oficio.
Marsé tiene hallazgos notabilísimos en esta serie de viejos artículos. De Carmen Maura escribe: “Sus pómulos deberían lucir pecas”. De Pepa Flores: “Como todo aquel que ha triunfado de joven, recordará el éxito como una forma de degradación”. De la Garbo recupera una cita ajena, la del crítico británico Kenneth Tynan: “Aquello que, estando borracho, uno ve en otras mujeres, lo ve en la Garbo estando sereno”. De Isabel Pantoja: “Optó por convertir su dolor en espectáculo y va por las mil una representaciones”. Y todo así. Ingenio, deslumbrante prosa, Marsé en estado puro, disculpen el recurso al tópico.
En cuanto a los dos retratos de reciente factura que incorpora este volumen tampoco se quedan cortos en su capacidad de definir al radiografiado en clave pugilística (o sea, a puñetazo limpio). Artur Mas, según Marsé, tiene en su expresión facial “una sutil propensión al mármol”. María Dolores de Cospedal posee “una boquita de gatillo fácil, severa de intenciones, imperturbable, resabiada, con un leve rictus de repugnancia cuando presiente preguntas que ni siquiera han sido formuladas, como si algo oliera mal en el entorno”.
Resultan, tal vez, demasiado añejas aquellas piezas dedicadas a personajes hoy felizmente olvidados como José Antonio Girón o Laureano López Rodó. No hubiera estado de más, para el lector menor de cuarenta años (si es que lo hubiera), una nota biográfica para explicar quiénes eran esos señores. Como no hubiera estado de más, amigos de Alfabia, incluir la fecha de publicación de cada texto y el medio en el que apareció. Pero, bueno, detallitos sin importancia. Señoras y señores resulta una lectura estimulante y 100% recomendable, por supuesto. La pinacoteca de un grandísimo literato, un pequeño repaso por los personajes que brillaron en otra España y que, en muchos casos, aún siguen ahí presentes, aguantando el tipo, cada cual a su manera.
En cuanto al prólogo de Carmen Romero (suponemos, pues tampoco se especifica, que la diputada socialista y ex esposa de Felipe González) tampoco es que aporte mucho. Ni fu ni fa. Por sugerir, hubiera sido más atractivo un prólogo en forma de autorretrato de Juan Marsé o un retrato del escritor encargado a alguna pluma de relevancia. Pero, vamos, son ideas que se le ocurren a este lector disperso. No seamos severos. El libro está muy (pero que muy) bien. Degústenlo, amigos y amigas.
Señoras y señores. Juan Marsé. Alfabia. 106 páginas.
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