Cuba herética

31/10/2013

Daniel Serrano. El detective con alma de poeta Mario Conde camina una Habana cansada, mira hacia atrás y a cada paso surge suciedad y desesperanza. Cuba ya no es lo que era y los sueños se pudren de óxido en el Malecón.

HerejesLeopoldo Padura ha vuelto con Herejes y nos habla de crímenes que sucedieron hace siglos y crímenes que todavía buscan su culpable. Hay un viejo lienzo de Rembrandt, un barco cargado de judíos en 1939, rebeldes antibatistianos, expatriados que miran el mar y añoran su hogar.

Padura siempre nos descubre una Cuba distinta. La Cuba de Hemingway, la olvidada Cuba de la comunidad china, la Cuba de los bajos fondos (que haberlos, lean a Padura, haylos, con socialismo y todo). Padura siempre es apasionante y sigo arrepintiéndome de la crítica negativa que hice a El hombre que amaba a los perros. Puede que no fuera una novela perfecta pero, sedimentada su lectura, llegué a la conclusión de que es una novela necesaria.

El caso es que esa vez el punto de partida argumental es el siguiente: un judío de Miami hijo de un judío cubano vuelve a la isla para resolver un viejo crimen. O, simplemente, para conocer la verdad sobre él mismo y su familia. Mario Conde, cada vez más sentimental, le ayuda en su búsqueda. Y vuelve a encontrarse con una realidad poco acorde con los discursos oficiales: desigualdades, falta de expectativas y, lo peor, ron de bajísima calidad para aliviar las penas. Queda, eso sí, la amistad y ciertos guisos que, caramba, hacen la boca agua. De Vázquez Montalbán (aunque sin tanto detalle) ha heredado Padura un cierto gusto gastronómico que adereza sus novelas y abre el apetito. Ñam.

La madeja, como siempre, resulta difícil de desentrañar. La intriga está bien. Pero lo que más atrae de esta novela es su certera desolación. Triste, solitario y final se halla Mario Conde a ratos, como su admirado Philip Marlowe. No lleva pistola este detective y va en guagua y vende y compra libros viejos. Es un cubano que no quiere renunciar a Cuba. Como el propio Padura. Gloria nacional que vierte vitriolo sobre la literatura oficial de la isla y cuenta lo que le da la gana. No gustará a quienes aún creen que todo eso del castrismo salió bien. Seguramente fue un bello ensueño. Pero ahora. Ya sólo ruinas quedan de lo que pudo ser. O eso, al menos, da la impresión leyendo Herejes.

Hay quienes prefieren la ficción policial que vino del frío. Yo me quedo con esta venida del trópico. Con excelente prosa, enigmas suculentos por resolver y personajes trágicos. Y en esta ocasión con el peso de la historia hiriendo a sus protagonistas. Los progromos de hace siglos y los de no hace tanto, y la cobardía y la deslealtad tan propia del género humano. Lo que nos hace unos animales despreciables y lo que nos hace héroes.

Lean a Padura con la atención que precisa. Es un tipo cuyos libros merecen la pena. La curiosidad mató al gato, recuerda Mario Conde que le decía su abuelo. Pero ni Conde ni Padura renuncian a la curiosidad, a descubrir qué hay detrás de las apariencias. Y detrás de la pura apariencia se esconden tantísimas cosas en la Cuba actual.

Herejes es un capítulo más en la disección de una sociedad que ejecuta, libro a libro, Leonardo Padura. Pero no sólo habla de Cuba. Habla de lo que somos. Del fracaso y la posibilidad de redención, de cómo el pasado nos construye. De muchas cosas. Una novela, como todas las de Padura, realmente notable.

Herejes. Leonardo Padura. Tusquets. 516 páginas.

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