Ahab y el bate de béisbol

06/09/2013

Daniel Serrano. Narrativa pura. Sin artificios ni excesos ni florituras. Un novelón de casi 600 páginas que se lee sin pausa, disfrutando a cada capítulo, sin dar oportunidad alguna al bostezo.

Una excelente novela, entonces. Sí. Pero. O sea, me refiero a que El arte de la defensa resulta de lo más entretenido y que su arquitectura es brillante, relato de campus y de béisbol donde se habla de amor y de fracaso, de la juventud y el crepúsculo, de Moby Dick y los procelosos lagos interiores de América del Norte. Todo eso está ahí y al lector le induce al gozo que provoca que le cuenten historias, historias adultas y complejas. Pero.

Está bien, es una excelente novela esta que ha escrito Chad Harbach, muy buena, le apadrina Jonathan Franzen, otro amante de los novelones a la rusa. Pero falta, quizás, ese punto de hondura que convierte un buen libro en una verdadera obra maestra. Esa conmoción que uno siente al leer a Coetze, por ejemplo. Y sí, las comparaciones son odiosas y no es justo exigir a una obra más de lo que su autor quiso ofrecer y si de disfrute hablamos, El arte de la defensa lo proporciona sin freno. Con que olviden las reservas que he mencionado, lean este relato caudaloso y no hagan caso a un lector disperso como yo, para colmo recién llegado de la playa.

No, no. Tienen razón. El arte de la defensa es una lectura que de verdad merece la pena.

Por cierto, no hay que saber absolutamente nada de béisbol para entender esta novela. Cuyo argumento gira en torno  al épico ascenso a la gloria de un talentoso jugador que ingresa en un equipo universitario mediocre y lo lleva a lo más alto. A costa de perder en el camino su propio talento. Pero hay mucho más: una historia de amor crepuscular, otra historia de amor entre jóvenes en tránsito a la edad adulta, la América intelectual que venera a Melville y Thoreau, el universo de un campus donde la vida transcurre ajena al infernal ruido del mundo. Hay momentos emocionantes. Hay pasajes de enorme melancolía. Y destellos luminosos por doquier. ¿Querríamos más? Tal vez. O no.

También hay alguna frase certera: “La gente pensaba que ser adulto implicaba que todos tus actos tenían consecuencias; de hecho, era todo lo contrario”.

Y algún diálogo de acerada ironía:

“- Pensaba decírtelo.

–      ¿Cuándo? ¿En tu lecho de muerte?

–      Es posible. O un poco después”.

En realidad, no sé porque me pongo tan

estupendo y le saco faltas a este Arte de la defensa si, ahora que lo pienso, tuve al concluirla esa sensación amarga de quien hubiera querido seguir leyendo más. Y a John Irving también le ha gustado y la recomienda de modo entusiasta.

Es curiosa la tendencia de la literatura estadounidense a preservar el relato en su estado puro (David Foster Wallace, Pynchon y otros aparte); esa querencia por ejecutar historias que funcionen con precisión, mantengan al lector enganchado y, a la vez, vuelen a la altura adecuada, sin caer en la imbecilidad del best-seller prefabricado. Irving, Franzen. Claro. En realidad, está bien.

Así pues, seamos generosos. Recomendemos El arte de la defensa a nuestras amistades. La literatura está (entre otras cosas) para pasárselo bien. Con Coetze lo pasamos bien pasándolo mal. Con Philip Roth (cuando acierta), tres cuartos de lo mismo. Esto es otra cosa. Pero no peor. Simplemente, una excelente novela. Un gran relato para adultos.

El arte de la defensa. Chad Harbarch. Salamandra. 541 páginas.

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