Como en el caso de La conjura de los necios, estamos ante un éxito post mortem y también (como en la obra de John Kennedy Toole) ante una novela en la que el humor oculta un enorme grado de desolación. Un guionista cincuentón sin escrúpulos recibe el encargo de destrozar la última obra de un maestro del cine, pieza integrante del Olimpo de los grandes de Hollywood a punto de extinguirse. Ese es el punto de partida de un relato que irá tomando complejidad página tras página. Un relato que nos hace reír para, luego, cuando menos nos lo esperamos, sumirnos en una brutal congoja.
Porque Karoo, más allá de su componente humorístico, nos habla de la devastación del tiempo y de la imposibilidad de corregirnos y de que, cuando algo sale mal, enmendarlo resulta una tarea tan agotadora que puede acabar aniquilándonos.
Steve Tesich compone en esta novela un personaje inolvidable: Saul Karoo. Cínico, cobarde, incapaz de mejorar. Y consciente (muy consciente) de todas sus flaquezas. Eso es lo que le diferencia de otros personajes de ficción similares. Saul Karoo no se engaña. Sabe que es un cerdo indecente. Aunque existe una esperanza (apenas insignificante) de que deje de serlo. Pero el mundo (sostiene Tesich) es un lugar horrendo donde todo lo que puede salir mal sale mal.
Así explicado tal vez les provoque aprensión la lectura de este libro. Pero no, no me hagan caso. Quiero decir que, aparte de su lado amargo, les aseguro que disfrutarán en muchísimos de sus pasajes con momentos de una enorme hilaridad. Por ejemplo. ¿No han sentido nunca la misma ira absurda del protagonista al esperar sus maletas en un aeropuerto cualquiera?: “Me parece ver mi bolsa, pero no, es la de otro, no la mía. Su propietario la saca de la cinta. Veo a más gente agarrar las suyas. Veo a un hombre calvo que saca de la cinta una maleta tras otra. Hasta cinco. Las cuento. Ya lleva cinco maletas y todavía no ha acabado. Sigue esperando a que salgan más. Este reparto arbitrario de justicia e injusticia me está poniendo enfermo. Cinco maletas. El puto calvo de los cojones tiene cinco y a mí no me sale mi única bolsa”. Es el tono mezquino de Karoo, el mismo que aplica cuando, de visita a su anciana madre, le perturba muy temprano (todavía él en la cama) que suene el teléfono una y otra vez: “Tal vez, piensa, sea una costumbre de viejos. Llamarse en cadena a primera hora de la mañana para comprobar que siguen todos vivos”. Ya sé, ya sé. Resulta cruel. Y sí. Esta es una novela cruel. Mucho.
En todo caso, Karoo es de esas obras deslumbrantes que se leen (si uno entra en el juego, supongo) de modo compulsivo. Y realiza, de paso, un retrato de Hollywood y sus mecanismos de creación que resulta tan certero como descacharrante. Atentos a ese productor mefistotélico que, sin embargo, se asemeja a un arcángel en cada una de sus apariciones. Alguien capaz de hacer el mal simulando que está ejerciendo la pura bondad.
Leo en la contraportada que este libro fue best-seller en Francia. Ah, si todos los best-sellers fueran así. Voy a copiar, de hecho, una cita que en la misma contraportada hacen de un crítico de The Guardian: “Estés leyendo lo que estés leyendo, sin duda no es tan bueno”. Una frase excelente. Y no puedo estar más de acuerdo.
Karoo. Steve Tesich. Seix Barral. 556 páginas.
Aviso Legal
Esta es la opinión de los internautas, no de diarioabierto.es
No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
Su direcciónn de e-mail no será publicada ni usada con fines publicitarios.