WTF?!

28/06/2013

Daniel Serrano. O dicho en castellano sin recurso a acrónimo alguno: pero ¿qué coño es esto?... La verdad sobre el caso Harry Quebert no pasa de ser un best-seller estilísticamente romo y argumentalmente pueril.

O dicho en castellano sin recurso a acrónimo alguno: pero ¿qué coño es esto? La verdad sobre el caso Harry Quebert es, según los voceros de la hiperbólica campaña promocional puesta en marcha de unas semanas a esta parte, un literario cruce de caminos donde se encuentran Nabokov, John Irving, Philip Roth, Jonathan Franzen, Stieg Larsson, John Grisham y paro de enumerar porque me estoy mareando. La cruda realidad (a juicio de este lector disperso) resulta muy otra: La verdad sobre el caso Harry Quebert no pasa de ser un best-seller estilísticamente romo y argumentalmente pueril, poco exigente y más deudor de Twin Peaks que de (pongamos por caso) Lolita o El hotel de New Hampsire. Y, ojo, Twin Peaks era mucho mejor. O sea que, básicamente, nos hallamos ante una novelita de intriga aderezada de obvias referencias a la alta literatura que funcionan a modo de coartada con que disfrazar el escasísimo calado del texto.

Eh, eh, un momentito, dice alguien en la sala, pero al mítico Bernard Pivot (el de Apostrophes, poca broma) le ha parecido una obra sublime. Pues muy bien. Pasaré a la historia como el estúpido que no supo ver la grandeza de este libro. Pero no me va a convencer ni Pivot ni los innumerables reseñistas favorables de que La verdad sobre el caso Harry Quebert juega en la misma liga que las novelas de Franzen, Roth o ¡Nabokov! Lo de Nabokov, supongo, es porque un personaje adulto se lía con una adolescente. Lo de Irving porque se desarrolla en New Hampshire. Lo de Franzen porque es un libro con un montón de páginas. Y lo de Woody Allen (al cual también hay quien menciona) no me lo explico. Una fiebre aduladora se ha extendido por la prensa de medio mundo y bien está para el joven autor, el suizo Joël Dicker, que venderá ejemplares hasta aburrirse pero no me hagan comulgar con ruedas de molino porque, se pongan como se pongan, esto es (como mucho) un entretenimiento ligero.

Y que ni siquiera funciona como intriga seriamente construida. O funciona (más o menos) hasta la página 549, cuando la trama da un giro de una ridiculez extrema. No quiero caer en el spoiler pero imagínense: en esa página, después de una larguísima y exhaustiva investigación por parte del protagonista acerca del asesinato de una niña de 15 años se descubre un elemento principal que ni un imbécil hubiera pasado por alto. Algo del estilo de ¡oh, así que a este señor le falta un brazo! ¡Con la de veces que hablé con él y con sus vecinos y nadie me lo advirtió! Un momento álgido de la novela en el cual estuve a punto de tirar el libro por la ventana y plantarme delante de la FNAC con un megáfono para prevenir a los incautos.

Tal vez mi enfado se deba a que me han pretendido colar gato por liebre. Quiero decir que si uno compra lo último de Dan Brown sabe lo que se va a encontrar: prosa facilona y enigmas que se resuelven colocando un espejo delante de un texto cifrado (¡está escrito del revés!, vaya, durante siglos a nadie se le ocurrió). Pero si mencionan a los grandes, atengámonos a las consecuencias.

Y, además, que ni siquiera está bien escrito. El grueso de la novela se compone de conversaciones con tono cinematográfico (de hecho, parece más un borrador de guion que otra cosa) y lo que no son diálogos queda resuelto en una prosa simplemente correcta. E intercalando, además, lecciones para jóvenes escritores dignas de los consejos de ¿Quién me ha robado mi queso? Por ejemplo: “Aprenda a amar sus derrotas, Marcus, pues son las que le construirán. Son sus derrotas las que darán sabor a sus victorias”. Ahí queda eso.

Y luego están los detalles poco creíbles, con los que uno puede tragar siempre y cuando se le administren con suma habilidad. Lo cual no sucede en este caso. ¿Un hombre de treinta y tantos años y una adolescente quinceañera sin lazos familiares que les unan compartiendo habitación de hotel en Martha´s Vineyard allá por 1975? No me lo creo. No me lo creo ni en 2013.

Si La verdad sobre el caso Harry Quebert ha de calificarse de fenómeno literario de la temporada, apaga y vámonos. Por lo menos, 50 sombras de Grey resulta honesta en su planteamiento: no es Sade ni Las 11.000 vergas de Apollinaire sino porno para mamás exento de pretensiones. No engaña. El problema es que con Joël Dicker nos han querido pintar de extraordinaria narrativa un divertimento tirando a mediocre.

¿Se lee del tirón? Eso sí. Yo lo devoré mientras aumentaba mi furia página a página y esperaba un viraje que redimiese un texto tan sumamente tontorrón. Llegué al final y nada.

Ahora bien, todo hay que decirlo, la portada (con ilustración de Hooper) es preciosa.

La verdad sobre el caso Harry Quebert. Joël Dicker. 660 páginas. Alfaguara.

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