Miseria y compañía provoca una contagiosa alegría de vivir, uno quisiera ser Trapiello y dedicarse a podar olivos en su finca de Las Viñas e ir a comprar el pan y pasear y darse a la escritura sin preocupación alguna. Quiero decir que Lobo Antunes resulta de lo más melancólico y brutalmente amargo y a Andrés Trapiello se le ve tan feliz que no parece casi ni escritor porque uno imagina a los escritores de verdad desaseados, solitarios y tendentes a los excesos alcohólicos. Es muy difícil, creo yo, escribir sobre la alegría y Andrés Trapiello lo logra sin caer en la idiotez (más difícil todavía). Esta última entrega de sus diarios abunda en el apunte de lo cotidiano y, naturalmente (marca de la casa), incluye numerosos pasajes en los que Trapiello ejercita su capacidad para ironizar y exponer las vergüenzas de la profesión literaria. Eso sí, siempre ocultando los nombres de los criticados (o halagados) bajo la incógnita de una letra que (de todos modos) se despeja la mayor parte de las veces fácilmente.
Andrés Trapiello posee una prosa de vigor envidiable, supongo que azoriniana o de raíz cervantina como mínimo. Espero que no lea esas líneas porque temo su iracundia y seguro que sería capaz de zurrarme duro en un dietario futurio. Pero en fin. Para eso estamos.
A buenas horas mangas verdes, exclamará el enterado. ¿Nos viene usted a descubrir a Trapiello? No, no. Lo único que digo es que esta entrega de su Salón de pasos perdidos le ha salido estupenda, tanto como para que uno haya acudido a toda prisa a recuperar anteriores títulos de esta serie y eso aun cuando (aclaro) no estoy de acuerdo con todo lo que Trapiello sostiene. Por ejemplo, su manía a Alberti me parece excesiva. Si será excesiva que en su magistral ensayo Las armas y las letras le pone a caer de un burro por haber afirmado que la guerra civil (tan dramática) fue su belle epoque y, sin embargo, le parece muy simpático que Cernuda exhibiese en foto de grupo lo bien que se estaba en la playa durante el Congreso de Intelectuales Antifascistas. Pues sí. La guerra fue terrible pero Alberti y Cernuda eran jóvenes y vivieron con la contradictoria intensidad de la juventud aquel conflicto horrendo.
Lo de Alberti valga como ejemplo. En todo caso, me da exactamente igual discrepar con alguien como Trapiello, ensayista certero, novelista de mérito y un tipo que me cae simpático cuando le veo hablar por la tele. Me gusta que polemice en sus diarios y que polemice literariamente y me gustan todavía más sus domingos en el Rastro, anotados en estos diarios, y el modo en que trenza bellísimas descripciones de paisajes y defiende así que al mirar por la ventana no sólo hay horror y decepción (aunque también) sino belleza y vida.
Tal vez haya algún niño en la sala y no conozca la obra de Trapiello y se anime a leer este diario. A mí me ha hecho disfrutar enormemente. Y a buen seguro que le hará disfrutar a cualquier enamorado de la literatura en español. A mí los diarios me gustan mucho, también es verdad. Con que diarios tan excelentemente escritos como este de Trapiello, imagínense.
La tristeza tiene muy buena prensa en el mundo literario. Pero a veces toca reírse. Antonio Lobo Antunes, volvamos a él, ejerce la ferocidad y nos deja el alma encogida y eso está bien, es bonito, porque nos lleva a rincones oscuros de los cuales (en el fondo) volvemos reconfortados, más sabios. Andrés Trapiello opta (al menos en este Miseria y compañía) por la alegría de escribir. Estas páginas son luminosas y se lo pasa uno maravillosamente leyéndolas. Qué más se puede pedir.
Miseria y compañía. Andrés Trapiello. Pre-Textos. 401 páginas.
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