Amor, devastación y dudas

14/06/2013

Daniel Serrano. Me gustaría que leyesen El fin de la noche y me informasen de si esta colección de cuentos es realmente tan magnífica como coinciden en señalar Le Nouvel Observateur, The New York Times, L’Express, The New York Review of Books

libronocheTambién lo señala  Antonio Muñoz Molina, cuyo entusiasta artículo en El País acerca de James Salter me animó a adquirir este volumen de relatos. Last night es ese cuento que uno da a leer de inmediato a la persona querida, urgiéndole a dejar cualquier cosa”. Firma tan categórica aseveración el mencionado (y admirado) Muñoz Molina y, por tanto, no queda más remedio que lanzarse a la lectura y comprobar si Salter es de verdad así de bueno. ¿Y lo es? Ejem. No lo sé.

Entiendo que incumplo mis obligaciones como reseñista pero igual que no se puede ser sublime  sin interrupción, por mucho que se empeñase el poeta, tampoco resulta sano para la salud mental prescindir de las dudas y pontificar a cada libro.

(Y es primavera –casi verano-, tal vez eso influya.)

Todo son malas noticias en El fin de la noche. El amor no dura y si dura, ya no es amor sino una forma de ocultación. Sólo existe una única pasión verdadera: la que fue, aquella que ha sido extinguida por el paso del tiempo. Salter nos presenta una serie escenas de pareja en las que la devastación y la amargura dibujan un paisaje en ruinas. La útima noche son historias tristes que Salter cuenta sin alzar la voz, prescindiendo de énfasis o subrayados. La emoción llega repentinamente, en el recodo del relato, mediante una frase inesperada, en un diálogo sin importancia aparente.

Cometa, el cuento que abre esta compilación, deslumbra y entristece. Bangkok incluye una frase conmovedora: “No sabía que la verdadera felicidad consiste en tener lo mismo todo el tiempo”. Palm Court resume en su último párrafo toda la desolación que implica haber amado y haber asistido, después, al modo en que el amor se desvanece. Tres bellísimos relatos. Y El fin de la noche, que da título al volumen. Sorprendente, inquietante. Y. Bueno. Un cuento que hay que conocer.

Pero.

Me gustaría que leyesen este libro y me informasen de si es realmente tan magnífico como dicen por ahí. Volveré a Salter en cuanto tenga oportunidad, desde luego. No me ha repelido. Sin embargo, excepto los tres cuentos que destaqué antes, el resto de los relatos me ha provocado cierta indiferencia. De hecho, se me ha olvidado en seguida. Entiendo que Salter busca premeditadamente dar un aire difuso a sus historias, como si estuviesen sin acabar del todo, borrosos reflejos de vida tal vez. En esa niebla yo, lector, me extravío.

Está claro que jamás me contratarán en The New York Times. De un reseñista se espera entusiasmo desmedido y mucho más si acerca de lo que escribe ya ha sido elogiado como Dios manda por prestigiosos medios nacionales e internacionales. Qué quieren que les diga. Sólo soy un lector disperso aquejado de astenia primaveral. O de histeria primaveral, si lo prefieren.

Y, además, no coincido con Salter en su pesimismo sentimental. Con el amor yo digo como los activistas de la dación en pago: sí se puede.

Con lo cual acabó de arruinar toda la seriedad que se le exige a una reseña y Muñoz Molina se llevaría las manos a la cabeza si leyese estas líneas. Qué falta de rigor, musitaría mirando por la ventana los patos de Central Park.

Pero qué le voy a hacer. Si de cuentistas estadounidenses se trata, me quedo con dos clásicos contemporáneos (obviaremos a Hemingway): Carver y Cheever. O con la Annie Proulx de los relatos de Wyoming. Qué tendrá que ver una cosa con la otra, protesta el salteriano de pro (supongo). Y para añadir confusión a esta reseña estoy pensando que si Salter me incomoda y me hace dudar, no ha resultado en vano la lectura de este librito.

Como verán, hoy no tengo claro casi nada.  Había que intentarlo, en cualquier caso. El fin de la noche es (según dicen) un grandísimo libro. Yo no he sabido verlo. O lo he visto sólo a medias. También hay quien no puede con Guerra y paz y hasta Nabokov aborrecía el Quijote (¿a quién puede hacerle gracia tal colección de crueldades infligidas a un anciano?, se preguntaba el ruso). Así que permítanme por una vez quedarme en el territorio de la duda y si alguna vez leen a Salter (o lo han leído), díganme qué se me escapa. No obstante, volveré a intentarlo. Lo prometo.

(Y en cuanto al amor, no más lágrimas. La oscuridad es sólo el reverso de una luz que a la vez nos fulmina y nos permite renacer de toda ceniza. Creo yo).

La última noche. James Salter. Salamandra. 156 páginas.

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