Le debía un artículo desde que ganó su segundo Wimbledon en junio, pero es peliagudo destinar letras -sin repetirse- a los personajes públicos sobre los que todos hablan, opinan o escriben. Aunque observando -y disfrutando- cada punto que ganaba a Federer en el partido a beneficio de su Fundación me iba inspirando. Para mí Rafa es la ejemplificación hecha carne prieta del certero dicho “hasta el rabo todo es toro”: y desde todas las interpretaciones posibles…
“¿Cómo es tu hombre ideal?” Curiosean con insistencia los sabedores de mis quisquillosas respuestas a la madre de todas las preguntas… Hombre, pues supongo que como el de todas, y ya puestas a pedir, siempre contesto algo así: que atesore un cuerpazo -prefiero a los varones con buena planta y mejor anatomía que a los reguapos-, que sea elegante -más en el fondo que en las formas, aunque saber lucir un esmoquin también cuenta-, que posea un corazón que no le quepa en el pecho -rebosante de pectorales rotundos encumbrados por unos abdominales bien marcaditos-, que su trayectoria vital sea inmensa -por aquello de admirarle ilimitadamente, condición obligada para un amor como Dios manda-, que el mobiliario de su cabeza sea premium –si su cartera también está perfectamente amueblada, no le discriminaré por ello-, que abuse de la pasión -por la vida y por todo lo demás-, pero sobre todo… ¡Qué sepa hacerme feliz! Entonces comienza la retahíla de reproches previsibles: y luego te caes de la cama, baja el listón, eso no existe, a dos velas debes estar, recula o te frustrarás, bla, bla, bla… ¡Qué equivocados están! Es que se obcecan y no saben mirar más allá de sus propias narices. Rafa me hace muy feliz en todos los momentos compartidos: nuestros encuentros en el salón -o en el dormitorio- suelen superar los ciento veinte minutos, sin tregua, sin pausa; el día que se pone peleón incluso dejamos atrás las tres horas -está hecho un campeón de campeones el jodío-. Sus juegos me hacen saltar, bramar, patalear, disfrutar, consiguiendo que explote de alegría y de emociones intensas en todos sus finales -ejem, ¿cuántos machotes son capaces de regalar tal torrente de sensaciones a una dama semana tras semana?-. En lo obvio -proceder excepcional, mente privilegiada, vitalidad desbordante- ni me detengo; lo superfluo -fibra, bíceps, tríceps y economía saneada- lo dejaré de lado (sólo por tratarse de Rafa, no os despistéis). Encima es humilde: sólo presume de ser “español, español, español”; llegados a este punto me asalta la vena merengona y si no lo digo reviento: tampoco hace ascos a su condición confesa de madridista. Familiar, entrañable, vuelve a casa por Navidad y a Baleares por vacaciones. Para rematar, el coleccionismo de recauchutadas aspirantes a portadas porno de publicaciones masculinas con pedigrí, no se encuentra entre sus aficiones conocidas.
Por si todavía alguien no se ha dado cuenta, siento devoción por un veinteañero que siendo un fenómeno mundial, un ídolo de masas, un campeonísimo épico, es inmune a la egolatría, alérgico al narcisismo, sigue llorando como un niño tras la enésima victoria, admira a sus compañeros, consuela a sus rivales, se tunea para animar a nuestra selección, se sincera ante los medios por problemas personales y se sigue sonrojando por un piropo. Con un hombre como él yo paso por el altar ahorita mismo. Pero como Nadal no hay más que uno, sólo me queda una opción: Rafael, ¿te quieres casar conmigo?
PD: Quería dedicar el último artículo del año a alguien que mereciese la pena, a un español querido por todos. ¡Les deseo un 2011 repleto de triunfos!
Aviso Legal
Esta es la opinión de los internautas, no de diarioabierto.es
No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
Su direcciónn de e-mail no será publicada ni usada con fines publicitarios.