Las expectativas de cierre del año y de la marcha en los primeros meses del ejercicio próximo acerca de la evolución del precio del petróleo no son halagüeñas. En estos días se han llegado a rozar los 94 dólares por barril y buena parte de los analistas estiman que los precios oscilaran en una horquilla comprendida entre los 90 y los 95 dólares en las próximas semanas, aunque no se descarta que pueda ser superior y rebase el listón de los 100 dólares.
El despegue de las economías emergentes, que son a su vez las que consumen una mayor cantidad de petróleo por su relativo retraso tecnológico, unido a la recuperación de Alemania, Francia, al mantenimiento de la actividad en Estados Unidos y el tímido avancen del resto de los países desarrollados, hace prever un aumento de la demanda energética que, parece, los países extractores de petróleo no están dispuestos a compensar con una mayor producción. Por lo tanto el equilibrio económico se va a encontrar en un nuevo nivel de precios superior.
Las repercusiones para la economía española, también muy dependiente de la energía para su producción y distribución, no son especialmente buenas. La ausencia de fuentes energéticas propias obliga a importar todo el petróleo que se consume afectando de manera significativa al desequilibrio de la balanza comercial que hasta ahora ha venido reduciendo el ritmo de crecimiento del déficit pero que un aumento excesivo del precio del crudo puede hacer imposible.
La actual cotización del euro a la baja frente al dólar es otro factor negativo que afecta a todos los países del área que no tengan petróleo o gas en su subsuelo. En los últimos años la cotización del dólar respecto a la moneda europea había caminado en sentido contrario a como lo hacía el precio del petróleo. De hecho en la escalada que tuvo el crudo antes de la crisis internacional, cuando llegó a superar los 130 dólares por barril, una parte importante de esa subida fue achacada a la debilidad de la moneda estadounidense que hacía que los países productores se cubrieran elevando el precio de su materia prima.
Pero ahora ocurre lo contrario: el dólar sube, especialmente frente al euro, al tiempo que lo hace el petróleo. No se trata ya de compensar tipos de cambio sino de hacer frente a una demanda global muy elevada.
La forma en que se está dejando notar esta situación sobre la economía española es, sobre todo, en la evolución de la inflación, situada en el 2,3% a finales de noviembre, que contrasta con un crecimiento del PIB nulo en el tercer trimestre y un cierto repunte en el actual, según los primeros indicadores conocidos. La incidencia del precio de los carburantes en el IPC explica buena parte de esta subida, aunque todavía, señalan algunos analistas, no se está produciendo un efecto traslado importante de esta subida hacia otros productos que componen la cesta de la compra.
La economía española vuelve a presentar, con estos datos, un diferencial de competitividad importante respecto a sus principales socios internacionales, lo que tarde o temprano dejará sentir sus efectos.
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