La noticia sólo ha merecido los honores de un suelto en los medios de comunicación: “El Senado tumba los presupuestos”. Si ello lo hubiera hecho el Congreso sería un acontecimiento de primera magnitud que podría significar la caída del Gobierno, pero si lo hace la Cámara alta sólo es un brindis al sol. El texto volverá al Congreso donde ratificará el proyecto de ley y todos tan contentos. La Constitución que aprobamos hace 32 años decretaba un sistema parlamentario bicameral. Era una opción, sin embargo con la segunda Cámara aún nadie sabe lo que hacer. Su poder real es retrasar unos días las leyes que han de ratificar después de haberlas aprobadas en el Congreso. Si tocan una coma, la Cámara baja vuelve a votar el proyecto inicial y aquí no ha pasado nada.
El Senado existe, sirve para que los partidos coloquen algunos militantes. Además muchos miembros de esta Cámara aseguran que su trabajo es tan intenso, similar al del Congreso, como inútil. Periódicamente se oyen voces que se interrogan cómo se puede dotar de competencias a esta institución y a todos se les ocurre la palabra “cámara territorial” que en principio nadie sabe lo que quiere decir, aunque tampoco quieren reconocer que es un organismo inútil que hoy por hoy apenas si se le ha dotado de alguna función (es verdad que eligen algunos cargos de diferentes instituciones).
Estamos en época de crisis y de recortes presupuestarios. El Senado aprobó para el próximo ejercicio un presupuesto de 55.143.210 euros y esta inversión del erario público tiene una más que dudosa rentabilidad. La vida política española no pasa por el edificio de la plaza de la Marina, los senadores autonómicos no tienen un papel diferente que los elegidos por sufragio directo, y las sesiones con presidentes autonómicos es puro folklore y la prueba es que muchos excusas su asistencia. Lo que tienen que negociar lo hacen en otra puerta.
Es complicado reformar la Constitución y cada vez se está volviendo más vieja y para abordar el papel del Senado es indiscutible que se ha de reformar la Carta Magna. Lo que sorprende es que ningún partido –ni de derechas ni de izquierdas- propugne lisa y llanamente su abolición, dada la dudosa utilidad de los servicios que presta. Parece que todo el mundo político esté contento con que los presupuestos sufraguen unos gastos tan importantes como inútiles. Y para lograr un objetivo primero hay que pedirlo, sin embargo, en este tema, todo el mundo guarda silencio. También es verdad que esta Cámara, con su actuación, no molesta a nadie. Y aunque no sirva para nada, como no molesta a nadie, para que se va a tocar.
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